jueves, 28 de octubre de 2010

Las tapas en Jerez. Ocho y medio.
El gorila





Hablamos de nuevo del segundo advenimiento de los argonautas a Jerez de la (última) Frontera. Queremos que nuestros numerosísimos lectores nos disculpen por la tardanza extrema. El éxodo rural y el mundo hipotecario nos ha estado impidiendo una correcta relación con la blogosfera. Estamos, empero, de vuelta, como siempre, la mar y la montaña de posmodernos.

Perdida la necesidad de innovar, cautiva y desarmada la voluntad y la inteligencia por los tratos con la banca que siempre gana, los recuerdos nos juegan malas pasadas y las verdades se mezclan con las mentiras. Vamos, sin embargo, a separar el grano de la paja y a dejar las infinitas posibilidades del pensamiento único a un lado para ponernos prosaicos y hablar de lo terrenal y, de lo terrenal, de lo digestivo y, de eso, de la cervecería Gorila.


El Gorila, sito en la plaza de Plateros de Jerez, es una mezcla de pizzería, bar de tapas, cervecería y hamburguesería, que se solapan de forma natural sin que una cosa quite la otra. Ya de todo esto hace tanto tiempo que no podemos transmitir sino sensaciones. No obstante, este cuaderno de bitácora se basa, precisamente, en el sabroso mundo de la gastronomía subjetiva, en ese enigmático poso de afecto culinario, en aquello en lo que todos creemos, que permanecerá en nuestra alma mortal de necesidad por los siglos de los siglos, o durante unos días.


    
Saliendo de la esfera metafísica y muy secular que nos pierde, vamos, como de costumbre, a la parte carnosa del muslo. El Gorila es una cervecería y, como tal, sirven cervezas variadas e internacionales de botella. Lo mismo puede beberse una belga de abadía, sea lo que sea, que una Weissbier con su posillo de trigo, espesa y refrescante de manera extraña. Yo me suelo mover en el mundo de la cerveza de barril, ya me conocéis, conque, como siempre, tinto con limón y cerveza de la casa. No habría estado mal degustar una Chimay o una Judas, y por supuesto una de trigo, pero no hay que engañarse. El barril da un frescor y un tono a las cañas que no tienen las botellas, que en muchos casos pecan de calientes. Para botellas, solemos usar el congelador de casa media hora antes de tomarlas. Hay puristas que se llevarán las manos a la cabeza. Cierto es que el congelador mata un poco la preciada levadura, pero la cerveza caliente, al igual que el café frío, es anatema. Con más razón a la hora de degustar una de nuestras gloriosas marcas nacionales. Y de glorias locales fue la caña, que probé y vi que era buena porque estaba fría, y fría porque era de grifo. Vaya, acabo de enterarme por la carta del enlace mencionado de que sirven algunas de las cervezas anteriores, versión barrílica. Quedáis avisados. Para nosotros, otra vez será. De todos modos, no confiéis nunca en una nevera que no sea la vuestra. 


Tras esta valiosa sentencia, dejamos al etílico país de las maravillas para soñar con el Gorilazo, las Goripizzas y las múltiples salchichas de fantasía en un batiburrillo de grasas saturadas y comida española, oriental, alemana o rápida de corte italiano. Y es que nuestro simio jerezano toca muchos palos. La carta, con precios clementes y misericordiosos, incluye muestras gastronómicas propias de la zona, como la chacina ibérica variada, el queso, con y sin salmorejo, el salmorejo propiamente dicho, o la tortilla, sin salmorejo o con él. De estas delicias autóctonas, se nos antojó apetecible la tortilla con salmorejo. No habíamos conocido tortilla aún en Jerez y estábamos nostálgicos del salmorejo de La cruz blanca, conque decidimos darle un tiento. Esta receta resultó lo mejor del bar. Una tortilla ligera, de las que se puede soñar la clara batida, en su punto, ni muy seca ni cruda y, sobre todo, recién hecha. Nada de la roca mesozoica de ciertos bares de tapas con levadura y cortada en lonchas de chopped.  En cuanto al salmorejo, correcto, sin pasarse con nada pero sin nada especial. No llegaba ni mucho menos a la experiencia de los boquerones con salmorejo de aquella vez, pero la tortilla compensaba la afrenta con creces.


Hacemos un alto en el camino para un aviso. A este bar hay que ir con hambre. Detenta menús opíparos y a bajo precio que harán las delicias de esa mezcla de Obélix y Carpanta que todos llevamos dentro. Un Gorilazo, con pizza, surtido de salchichas, tapas y bebidas por menos de veinte euros, pensado para cuatro comensales corrientes o para tres o dos devoradores de carne humana, es del todo recomendable, o lo parece. Nosotros cometimos el error de visitar a nuestro Gorila desganados, tras unos días en una nube de tapas, carne, pescado y marisco, y con el estómago más bien en pie. La vida es una terrible sucesión de desgracias, ya veis. Esto sólo nos dejó ver la punta del tejado gótico del glorioso monumento a la gula, del Xanadú de las comilonas, del sueño LDL de Santa Claus y de la coleta del luchador de sumo feliz. En fin, que no pudimos degustar el Gorilazo, pagando, al final, más o menos lo que habría costado la montonera pitanza.


Los afectos al salchicherío alemán son conocidos en este blog, ergo no pudimos salir del Gorila sin darle a la salchicha. Pedimos unas salchichas finas, largas y rumanas con un par de salsas. Un poco duras, como por otra parte nos avisó el camarero, pero más que correctas. Coparon, por así decirlo, nuestras necesidades longaniceras para unos cuantos años. Quiero decir que quizá una bratwurst hubiera sido más de nuestro agrado. Otra vez será. Siempre hay tiempo para caer en una olla de grasa saturada, y caeremos, vive Dios.
    

Vamos con el otro vértice del triángulo, la tercera persona del plural de esta trinidad desmedida, el contrapunto a tanta fritanga. Pedimos, por último, unos pinchitos en plan teriyaki con arroz. El arroz resultó largo, y los pinchitos eran resultones. Pollo con algo de dulce y algo de salsa de soja. El que conoce a este bloguista sabe que al Este se lo perdona todo. Por otra parte, quien ande buscando el membrillo de la verdadera cocina oriental y cual, ésta no es la suya. No digo que huya a un chino a tragar glutamato monosódico a granel. Mejor visitar el Gorila y pedir una tortilla.




luis r, 
barbudo y baboso babuino beodo de Postre o café.












sábado, 21 de agosto de 2010

Las tapas en Jerez. El octavo pasajero.
La parra vieja




Este lugar lo conocemos tan sólo por nuestra primera visita a Jerez de la Frontera, y hemos de decir, avergonzados, que le dimos un par de oportunidades. Cierto es que nuestra creencia desmedida en lo que viene siendo, mayormente, Internet, nos jugó una mala pasada.

Encontramos este bar entre las críticas del blog A tapear! Podéis leerlas si os pica la curiosidad, pero no encontraréis nada provechoso en ellas. Afirmamos categóricamente que personas interesadas vertieron, actuando con dolo y alevosía, propaganda en este inocente blog y ahí siguen, sin que nadie las rebata. No lo intentéis, pues parece que hay un fallo y no se pueden publicar nuevas opiniones por un complicado bucle con el correo electrónico, ergo vamos a lo que vamos.

Hora de la cena a mediados de agosto de 2009. Una de nuestras primeras noches en Jerez, todos los bares que habíamos encontrado en Internet en el mapa y hambre de cachorro después de una dura jornada de playa en Valdelagrana. Este mundo es un castigo insoportable, ya veis. Bajamos calle Larga hasta la plaza del Arenal, tomando calle San Miguel, un estrecho callejón a la izquierda de esta plaza. En el número nueve se encuentra el comedero de orcos de Mordor, el templo del subproducto animal, la cantina del calabozo del infierno. De camino hasta nuestro cruel destino, en la misma calle, vimos otro bar lleno de comensales entretenidos en sus tapas y  su cháchara. Debió servirnos de aviso. Un bar lleno en una calle un poco apartada del circuito suele ser bueno. Seguimos en lo que parecía el pasaje del terror hasta el nueve (número que en cierta cultura al oeste del Pacífico representa el sufrimiento y que fue para nosotros el segundo aviso).

La soñada parra estaba bien desierta. El gallo cantó por tercera vez a través de una pareja de adolescentes en una mesa apartada y el camarero, que formaban la parroquia completa. Entramos y pedimos la carta. Nuestro asombro comenzó cuando leímos que había un menú de parrillada o mariscada para dos personas por doce euros con vino incluido. Debía de ser uno de esos secretos alejados de la mirada de los turistas, un lugar realmente autóctono, con solera y precios populares, de los que deja buen sabor de boca. Hemos de decir que las cuentas no salen, y que una comida para dos personas con vino por doce euros, o es pienso para gallinas o tiene un margen de beneficios, digamos, negativo. La mirada ausente del camarero impulsó nuestra codicia. Era como el timo de la estampita. Creer en la estupidez ajena te acerca a la propia. O a la indigestión.

Habíamos comido marisco a mediodía, conque una parrillada no estaría mal. Preguntamos al camarero de la mente extraviada qué llevaba la parrillada, y nos dijo que era de carne. Maravilloso. Parrillada de carne y vino tinto, como está mandado. El camarero, que cada vez que se ausentaba parecía ir y volver de la estepa siberiana, además, un poco más ajeno al mundo circundante, nos trajo a los diez minutos una botella de tinto de cartón en botella. Después de catar tamaño sacrilegio encorchado, decidimos pedir fanta de limón para pasar el mejunje. Ya casi éramos como la pareja de adolescentes, en el suave y dulce mundo del calimocho. Faltaba la puntilla, que llegó en veinte minutos, entre risas y tintos afantillados.

Lo que había en esa bandeja es difícil de describir con palabras. Siento no tener una ilustración, foto, gráfica, vídeo o presentación. Lo único que puedo mostrar es una aproximación. En esa extraña bandeja había un montón de carne. Un literal montón de carne, entre chuletas de cerdo, cinta de lomo, pechuga de pollo y filetes de ternera. Sosas, demasiado hechas, las suelas de zapato se mostraban ante nosotros en todo su esplendor. Nauseabundiante, diría Gil y Gil. Había hambre, así que a comer. Pedimos sal, y empezamos por sazonar aquel ser que bien pudiera ser el que salía del estómago de uno de los tripulantes de la nave Nostromo durante la cena, o el que entraba por su garganta con su lengua juguetona, o el estómago del astronauta invadido, o una mezcla de todos ellos. De hecho, con esa variedad de carnes muertas y recocidas, la (es)cena recordaba un poco al proceso de incubación del tierno bichito. Acompañando la comida de pan y buches de tinto limonado, perdimos todo el respeto. Nos comportamos como animales, mordiendo esos extraños seres de un grotesco mundo de ciencia ficción, deglutiendo al octavo pasajero.

Después de degradarnos en el abrevadero del canibalismo cósmico, no sabíamos qué pensar. Calle Larga se hizo muy larga, la avenida Alcalde Álvaro Domecq acabó con nuestro estómago, y llegamos a la habitación con el rabo entre los intersticios cerebrales, con la mente hecha trizas, sin saber si agradecer tamaño banquete o hacer de él un anatema. Aún hoy, dudo un poco. Así de hipnótico tuvo que ser el ritual. Pero estamos seguros de que la comida de La parra vieja no es de este mundo. Es de un mundo primitivo, animal, de un universo paralelo en el que el gusto se confunde con el oído, comer es como orinar, oler es pastar y digerir es sufrir. La sinestesia se apodera de nosotros nada más pensar en calle San Miguel. Pensándolo bien, es el bar en el que comerían los zombies de Planet Terror si no comieran seres humanos.

Lo más inexplicable de esta tasca es que decidimos darle otra oportunidad. Pensamos que las tapas podían estar hechas de otra pasta. Nuestros recuerdos se fragmentan en este punto del relato. El nebuloso camarero estaba muy atareado con lo que parecía una despedida de solteras. Pedimos tapas de las que no nos queremos acordar. Comimos igual de mal, pero más caro. Otra vez, la avaricia nos ganó la partida.

El personal era un sólo camarero, y supongo que en los fogones trabajaba Gollum, o el jefe de los Uruk-hai. El camarero estaba ido y nervioso a ratos. Desaparecía por un tiempo, volvía a aparecer. Este Guadiana de la hostelería no dejaba de ser amable, y podemos perdonar su tardanza. Al cocinero espetaríamos, amablemente, que hay otras labores muy útiles aparte de preparar el rancho en la cocina del purgatorio.

No podríamos recomendar esta experiencia a nadie. Es como la guerra de Afganistán, la esquizofrenia o el alcoholismo. Un pozo muy profundo. Como dice Aída, si no eres fuerte, te lleva la muerte...


luis r,
resignado orco de las minas de Khazad-dûm, o troll de las cavernas camino de la Montaña Solitaria, o zombie compungido de Postre o café.











viernes, 20 de agosto de 2010

Las tapas en Jerez. Séptimo de caballería montadita. La cañita




La cañita es el único lugar de Jerez al que hemos vuelto una y otra vez. De hecho, es el comodín de la llamada en momentos en los que no podemos ni queremos comernos el coco y nos apetece ir, sencillamente, al bar de siempre, con las cañas en su punto, precios muy competitivos y tapas sin pretensiones, abundantes y, sobre todo, sabrosas. Aparte de topicazos, La cañita fue una de las primeras tascas que nos alimentaron allá por 2009, en la primera venida de los insaciables comensales a Jerez.

Fuera del circuito monumental del centro, pero en una calle muy céntrica, en el número once de Porvera para más señas, nos espera La cañita. Cuando hemos viajado a la ciudad legendaria nos ha pillado de paso y, siguiendo el consejo de algún que otro bloguero, siempre nos ha apetecido entrar. Incluso después de comer, como hemos comentado en alguna ocasión. Pero ésa, como dijo aquél, es otra historia. Vamos al ajo, blanco, claro.

La terraza

La cañita consta de una terraza, donde hemos parado todas y cada una de las veces que lo hemos frecuentado, y del propio local, donde nunca nos hemos sentado. El verano obliga, claro. La terraza consta de unas cinco mesas que suelen estar ocupadas en horas punta por personajes de todo tipo, tanto autóctonos como foráneos, en versión familiar, joven, parejuda, tempranillo o garnacha. La terraza, en agosto de 2009, la atendía un camarero muy amable, y en julio de 2010, una camarera igualmente amable. En velocidad, nada mal. Tengamos en cuenta que tiene pocas mesas y es un sitio tranquilo, incluso si está lleno. No hay, entonces, que preocuparse por el calentamiento de la caña, que ya os veo las ideas, paladines de la cerveza helada.

La cañita

Las cañas se sirven en vasos pequeños y llenos, bastante frío el continente y el contenido, en su justa medida de espuma y de cuerpo, a un precio que ronda el euro y poco. Aquí llamamos a esas cañas ideóneas. La aceleración, nueve coma ocho metros por segundo al cuadrado, siempre inversamente proporcional al número de mesas llenas multiplicado por los comensales, entre diez. Para los que somos de letras, muy aceleradas, espídicas dicen los más locuelos. Comentan por aquí que los tintos con limón andan fetenes, conque los exóticos no tienen de qué preocuparse. A poco más de la moneda de curso legal, de manera que son el triunfo de la voluntad.

Los montaditos en remojo

En este bar, la estrella es el montadito, que ronda los dos euros, según el contenido. Vive Dios que hay variedad, como para perderse. Fríos, calientes, locunos, tradicionales, cárnicos, marítimos, con salsa, secos... Hay para casi todos los gustos (el pan tiene que estar entre ellos, si no, a otra tapa).

El tamaño de los bocadillos es medio, tirando a alto. No llega al pitufo que comemos en Málaga, pero se le acerca peligrosamente. En otros locales donde hemos probado la tapa panadera nos hemos comido cinco sin enterarnos. Tragar cinco montaditos aquí no es apto para estómagos delicados. 

Destacan, para nuestro gusto, los que incluyen el salmorejo (el que nos conoce, lo sabe). También hemos de hacer mención a los de palometa ahumada, a la chistorra, al típico de carne mechada y al jamón con salmorejo (ya sé que me repito como un pimiento). Mención aparte para el surtido de montaditos, por dieciséis euros, de diez unidades al azahar (sic.) La suerte está echada. No obstante, si sólo hay dos bocas, resulta excesivo. La última vez tomamos el surtido entre dos y nos iban a salir los bocatas por las orejas. Nos los comimos para la honra del gourmet que llevamos dentro y el descenso a los infiernos de ciertos estómagos, también en nuestro interior.

Otros manjares

La guía del comedor de Postre o café pasa por tomar algún montadito, acompañado de otras tapas. No falta la ensaladilla, el salmorejo, las tortillas de camarones, tapas similares al contenido de los bocadillos, calientes, frías, raciones, medias y enteras, de pescado frito... Interesantes, para nuestro gusto, las tortillitas de camarones, que probamos en alguna ocasión. También sirven platos combinados, como el aneto (curioso nombre del que nunca me acuerdo para un filete empanado relleno de queso) con patatas. Por ahí hablan de los postres, pero no solemos pedir postre, ni café, a no ser que sí los pidamos. 

En todo caso, todo aquello que hemos tomado en esta cervecería ha sido, lo que no es muy fácil (daréis fe), de nuestro agrado, muy muy correcto en cantidad y calidad. Otra cosa es que uno busque sofisticación, pero estamos en el bar La cañita de Jerez, no en Le Cigare Volant de Seattle.

El personal, como decíamos, es muy amable y rápido, y admite dudas sobre la naturaleza del aneto (creíamos que era un combinado) y de cualquier montadito, tapa o cuestión de la carta o de la naturaleza del pincho de tortilla. Siendo justos, les daremos un siete, por eso de que es un servicio de pago. Mejor un ocho y medio, como Fellini.

Apuesta segura, paso obligado, no pasar de largo, gasten su dinero. Paro, que parezco el dueño malaguita de La cañita. Prefiero, sin embargo, que creáis algo así a que comáis la bazofia que hay preparada en la octava entrega de esta serie sobre tapas en la ciudad acapitalada. Nos vemos, montaditos en un caballito poni.


luis r,
cabo de cabello ralo de la caballería acabada, por supuesto, en nata montadita, de Postre o café.











jueves, 5 de agosto de 2010

Las tapas en Jerez. La Sexta. Bar Juanito. Alcachofas sobrevaloradas




Habíamos leído que el bar Juanito es uno de esos lugares castizos que hay que visitar en Jerez de la Frontera, como El Bulli del taporeo jerecil, o la Meca del devoto tapero trapista. Como buenos monjes de la regla de la línea curva, le hicimos un hueco en la agenda de nuestra segunda visita a Jerez (verano de 2010), o más bien le dimos la oportunidad de ser segundo plato, a falta de La cuadra perdida.

Esta vez, y de nuevo, nos sumergimos en el centro de la ciudad por calle Larga, hasta que en la plaza del Arenal giramos a la derecha, para internarnos en varias callejuelas, mapa en mano, como turistas atolondrados. De esa guisa, encontramos al fin la calle Pescadería, y una terraza llena de foráneos que recordaba más bien a una caseta de feria, con perdón o sin él. Todo estaba en su sitio, farolillos y sillas de nea inclusive. Faltaba un tablao y la moza de la etiqueta de manzanilla La gitana sirviendo las mesas. Entramos en un estado semialucinatorio, casi de trance psicotropical, zombies castizos del fino y el rebujito, y tomamos asiento en una de esas sillas con un arte que no se puede aguantar.

Una vez instalados en esta pedazo de caseta, mirando el cielo de Andalucía occidental repleto de farolillos de La Ina, pasamos al desguace de los entresijos de la comida del bar Juanito.

Me gustan tus tapas porque están como ausentes

La primera impresión es la que cuenta, o no, diría el gallego universal de los labios relamidos. Nada más sentarnos y pedir, como de costumbre, cerveza y tinto con limón, el camarero nos obsequió con dos croquetas esféricas, una por comensal. Fue una impresión grata a la par que gratuita, breve, crujiente, sabrosa. Preguntamos de qué se trataba y nos informaron de que el choco (calamar) era el ingrediente principal.

No mucho que decir de las bebidas. Correctas, sin pasarse de largas ni de frías, las cañas se dejaron sorber tan ricamente hasta que nos dieron la cuenta. Pero la dolorosa viene al final. En cuanto a la velocidad, ni velocistas ni maratonianas. Ni para cabrearse ni para llorar de alegría.

Ahora, la carta. Cuando leímos esa obra de arte, nos dimos cuenta de un aspecto fundamental de este restaurante, que no bar, Juanito. Las tapas no estaban en la carta. Parece que, para tapear, tendríamos que haber poblado la barra. Quizá pecamos de primos, pero las minicroquetas de choco desaparecieron de nuestra mente al comprobar que nos habíamos equivocado. Teníamos todavía dos esperanzas. La primera era que la cocina fuera tan buena como decían otros comensales, y la segunda, que las medias raciones hicieran honor a su nombre.

Gulash al oloroso

Carrillada al oloroso
Quien nos conoce, advierte nuestra querencia por la llamada cocina del este de Europa, o de Europa del éste o de aquél. O bien por la cerveza tanková de ciertos bares de Praga, propuesta de cierto Pivní Filosof al que nunca estaremos suficientemente agradecidos. Una excusa para tomarse unas cuantas cervezas de las de verdad es el gulash, estofado con carne, zanahoria, pimentón, un poco dulce y un poco picante, matambre del zíngaro húngaro y estandarte de la cocina de la región.

Gulash
Cambiando de tercio, Jerez ofrece, en muchas tascas, la carrillada al oloroso. El oloroso es un vino que nos fascina en la misma medida que los farolillos y las sillas de nea. Era, sin embargo, un buen momento para probar platos tipiquérrimos, trillados o cañises. Media ración de carrillada al oloroso y nos trajeron un gulash un poco soso, sin tanto pimentón y con regustillo a vino, eso sí, no muy oloroso. Premio de la tapa y todos los honores para un plato que no deja de ser un estofado, vaya, sin patatas ni cerveza tanková para acompañar.

Cachofo, Al Cachofo

Otra vez con los dichosos premios. Cuando pedimos media de alcachofas, la camarera, muy simpática, hizo su sonrisa de pillín, para eso estás aquí. Entendimos que habíamos dado con el sabor, la preparación definitiva de la alcachofa, la textura perfecta para este difícil ingrediente. Nunca hemos tenido fe en las alcachofas, así que sería la prueba de fuego de la cocina de Juanito. Por cierto, prueba no superada. En textura estaban muy bien. Era el sabor el que fallaba. Entiendo que, cuando uno come alcachofas, éstas deben ser fieles a su sabor original. Sin embargo, la alta fidelidad, en este caso, dio lugar a una experiencia insípida, ordinaria y sobrevalorada. ¿Blasfemia? No, vive Dios. Palabra de comensal avezado. 

Lo único que pudo merecer la pena fue media ración de langostinos rebozados en una especie de hojaldre. Dos langostinos por cabeza y a volar. Vale, y las dos croquetas de choco de la casa.

Los premios

Las ferias de la tapa y los concursos de taperío deben de ser acontecimientos insuperables. Nos referimos a que la gente debe de verse más guapa, más tapera, más cañí. Quizá lo que está en juego no es la virtud de la tapa en sí, sino la de los tapeantes o tapeadores, o de los creadores de tapas, dueños y señores de nuestros estómagos, padres de todos nosotros, como diría Vinícius de Moraes. O Sid Vicious. Otra histeria mistérica.

El tamaño importa

Después de dar cuenta de nuestros sinsabores a través de estas tres medias razones, vamos a por la cantidad, siendo lo más miserables posibles, para uso y disfrute del lector. En la media ración de alcachofas había unos cinco trozos del soñado tallo. En la de langostinos, cuatro piezas con gabardina. No teníamos peso para cuantificar la carrillada, pero damos fe de la escasez. Casi podemos ver a los estraperlistas. No hay que decir que, tras la pitanza, visitamos otro bar, La cañita, viejo conocido que hizo lo posible por llenar el vacío de nuestra alma de Sancho Panza, y que comentaremos en la próxima entrada.

El personal de este bar y del de al lado

La camarera era bastante simpática, aunque comentarios como "después, un postrecito que, si no, luego, la noche..." no dicen mucho en su favor. Volvemos al título de este blog, con otros signos puntuación. ¡Postre, o café! Sieg Heil! Pues no, señora, no gastamos de eso. Buen intento, tenemos que decir, pero no contaban con mi astucia. En cuanto al encargado, también amable, en la misma línea. Lo bueno, si breve...

Parte de la terraza del bar de al lado está ocupada por mesas del Juanito, dispuesto a invadir Polonia. Nos equivocamos varias veces llamando al camarero vecino, que nos dijo que, si lo deseábamos, le llamáramos para la cuenta. Chascarrillos aparte, no hay que dejarse avasallar por la simpatía, como bien saben los turistas japoneses. Avisados quedáis, amantes del Mikado.

El final

Diseccionamos alcachofas
Cuando hubimos dado cuenta de una comida frugal (quizás el postre y el café tuvieran cierta lógica, al fin y al cabo), pedimos la cuenta. Cuatro bebidas, tres medias raciones, pan y circo, 26 euros. Las medias raciones, que eran como tapas, nos habían salido caras, al igual que las bebidas. Pero el precio no fue tanto económico como moral. Pagamos, y corrimos en pos de otro bar donde, al menos, nos alimentaran correctamente. Tan tristes y ojerosos como eso.  Fue una derrota en toda regla. Una derrota del placer hedonista del gourmetismo bien entendido, de todo aquello en lo que creemos. Pero no morimos sin matar. Estábamos comentando que las alcachofas no eran para tanto cuando tres señoritas con el mismo corte de pelo se sentaron en la mesa de al lado. Al oír nuestra plática, se levantaron. De nada, trillizas de pelo corto.

Por estas raciones, nos declaramos enemigos del bar Juanito, del suelo sobre el que está construido, de las cucarachas que lo rondaren, de las sillas de nea, de los farolillos, pero, sobre todo, enemigos de las alcachofas y la carrillada al horroroso (sic.)

Sin mucho más que decir sobre un lugar declarado anatema, se despide, no por mucho tiempo,


luis r,
vengador oloroso y horroroso rezumando rencor (g)astronómico.











lunes, 2 de agosto de 2010

Las tapas en Jerez. El quinto elemento. La cuadra




Heil, aficionados crepusculares a la ensalada kosher sin aliñar. Venimos tarde (tenemos que vivir de cuando en vez) y con buenas nuevas.

Hoy, un bar típico de una ciudad típica a una hora típica. La cuadra es un restaurante sito en el número cuatro de calle Gravina, una pequeña bocacalle de calle Larga, la rica arteria repleta de colesterol LDL de Jerez de la Frontera. Un poco difícil de encontrar, conque ojo avizor. Es una callejuela peatonal y muy estrecha que podemos tomar a la izquierda si bajamos calle Larga desde Porvera hacia la plaza del Arenal antes de llegar a El Gallo Azul. El bar se encuentra en medio de la calle, en el lado derecho.




A la tercera...

En este caso, hablamos de nuestra segunda visita a Jerez de la Frontera, en julio de 2010. Como siempre, nos postramos ante la puerta de este bar guiados por Internet. Según algún que otro bloguero y varias críticas, es un bar con las tres bes más la be de bar, lo que es un plus. Había que probar tal cosa en nuestras propias carnes quemadas por el sol de Valdelagrana.

En un primer intento, bajamos, como tantas veces, calle Larga a horas un poco funestas, y acabamos en las garras de Juanito y sus alcachofas, para correr despavoridos a La cañita. Ésa, como diría uno que conocemos bien, es otra historia. El caso es que, a las once y cuarto de la noche, marca de la casa, el bar estaba cerrado. Pensamos que, como el Nuevo Savarín, nos habrían robado el bar, o moraría en otros lares.

Es fama nuestro empeño en degustar las prometidas maravillas de tascas y hosterías, ergo volvimos a intentarlo. En nuestra segunda chanza, asomamos el pescuezo por la estrecha calle Gravina y, para nuestro asombro, había luz en el garito. Quizás cerraba el día anterior, o temprano (esta vez venían a ser las diez de la noche). Llegamos a la puerta y vimos que el personal limpiaba. El bar abría a las once de la mañana y cerraba por la tarde o por la noche, no sabíamos muy bien.

Si piensa alguien que desistimos, no nos conoce ni ha leído el título. Al día siguiente a mediodía, a cuarenta grados a la sombra, bajamos la soleada calle Larga hasta sagrado. Calle Gravina es muy estrecha, y supone un buen descanso para que los peregrinos de ojos entornados descansen la vista del injusto sol de la sobremesa jerezana.

El templo de la croqueta

Si somos lo que comemos, yo quiero ser una tapa de croquetas de La cuadra. Entramos en el restaurante, donde nos recibió un simpático camarero, cuyo talante tendía a la parte gaditana de la susomentada alma jerezana. Esto era de agradecer. No estamos acostumbrados a la faceta continental de esta ciudad, lo que también es otra historia. Al bollo. En el bar había dos o tres clientes tardíos, claro, menos tardíos que nosotros.

Habíamos leído maravillas sobre La cuadra, con mención especial a sus croquetas caseras. Bien, pedimos ensaladilla de patata, que resultó ser ensaladilla rusa. Otra ver, la jerigonza gastronomil se nos atraviesó (sic.) más de la cuenta. Fue un digno preámbulo, sin embargo, catar tal ensaladilla soviética. También propusimos al amable y divertido chef de tapes atún encebollado, que resultó bastante aceptable para la edad que tenía; crepe de carne, que consistía en una especie de canelón gigante, nada mal, por cierto; y las croquetas, que merecen un punto y aparte.

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La croqueta, cocreta o concreta, es una abstracta mezcla de cebolla, elemento cárnico y, normalmente, harina, que forma el llamado roux con la grasa del mejunje, a la que se añade leche para formar bechamel. Pimienta, nuez moscada, sal y a reducir. Cuando la mezcla puede separarse de la sartén de manera sólida, la dejamos reposar. Si hacemos bolas con forma de bacilo, las pasamos por harina, huevo y pan rallado y las freímos, tendremos croquetas bacteriomorfas comunes. Hasta aquí para los marcianos.

En esta ciudad hay cierto orgullo de la croqueta jerezana, que se hace sin bechamel. Hemos estado atando algunos cabos desde la redacción de este blog. Un extremo de la cuerda es la naturaleza de la que pudimos consumir en La cuadra. Tenía una textura más melosa que la croqueta común. Esto puede deberse a la escasez de harina en la mezcla, que hace un producto más suave, caro y difícil de manejar, pero que merece la pena. Es lo que solemos hacer nosotros cuando tenemos a bien de preparar la susodicha fritanga. En el otro extremo, el sabor tenía un lejano deje a queso. Las recetas que hemos encontrado en Internet nos han confirmado que, en Jerez, las croquetas incluyen queso, bien de untar, estilo Philadelphia, bien rallado, mezclado con la carne, la cebolla y los condimentos en una batidora, y enfriado incluso un poco en el congelador para hacerlo más manejable. Suponemos que el proceso sigue por el mismo camino que su hermana, la cocreta común.

Lo cierto es que, en el caso de este bar, esta tapa resulta harto recomendable. Además, sirven cuatro unidades, lo que en otros lugares se reduce a la mitad, convirtiendo la tapa en el soñado cuarto de ración que todos andamos buscando. Total, el paraíso de la delicia cilíndrica, en este caso, no bechamelada.

De cañas, tintos de verano y Elsa Pataky

Pedimos tres cañas y dos tintos de verano, lo que a mediodía produjo una buena siesta, visita a la piscina del hotel y otra vez paseo por el centro. Si la vida no es un valle de lágrimas, que baje el Trío del Misterio y lo vea, uno y trino.

Podemos decir de las cañas que eran interesantes. Servidas en vaso grande no del todo llenos, maneras comunes en la ciudad, tenían hasta estilo. El tinto con limón, muy artesano. Nada de grifos de tinto de verano con el agregado de Fanta de grifo, lo que obraría el milagro de la multiplicación del refresco en la mezcla, sino tinto de botella de rosca con limón de botella de dos litros. Todo muy casero, segundas marcas, pero con gracia, porte y peso específico.

Os preguntaréis lo que tenemos que decir sobre Elsa Pataky. Ah, durante nuestra estancia en el bar, hubo una interesante conversación entre el camarero y la cocinera sobre la actriz en cuestión, mención obligada a la cirugía estética, propiedades inmobiliarias, relaciones sentimentales y viaje de las series cutres (recordemos la inefable Mano Negra de Al salir de clase) al mundo de Adrien Brody y de Konstantín Stanislavski en menos de una generación, o por medio de generación espontánea. Sin embargo, para generación, las croquetas de La cuadra. ¿Las habrá probado la Pataky? 

Precios y otras monerías

Aun a riesgo de parecer propagandísticos, nos atrevemos a recomendar este restaurante a posibles comensales. El precio de las cinco bebidas y las cuatro tapas fue de poco más de catorce euros. Las tapas son abundantes (muy por encima de la media) y, en el caso de las croquetas, de una calidad muy propia de un estadio superior de la conciencia. Legendarias, diría aquél. La atención es personalizada y agradable, sin agobiar. La única pega es el horario, un poco draconiano, sobre todo en el mes de julio, cuando ir de tapas a mediodía se hace un poquitín épico. De todos modos, La cuadra bien vale el fuego del castigo eterno.

Haciendo constar en acta que la vida sigue tan dura como la recordábamos, se despide, sin regustillo a bechamel,


luis r,
concreto coqueto rebozado en arena levantada por el viento del este de Postre o café.











martes, 27 de julio de 2010

Las tapas en Jerez. La cuarta parte. El gallo azul




Vamos a desmontar otro mito de Jerez de la Frontera. En medio de la calle Larga, en el edificio Pedro Domecq, se encuentra El gallo azul, como no podía ser de otro modo. Como las bodegas, el Alcázar, el fino o los caballos andaluces de ahora (y, claro, el flamenco, ¿cómo olvidar el sacrosanto flamenco?), este bar forma parte de la naturaleza de la ciudad. Además, tiene una situación inmejorable, lo que hace que muchos forasteros paren allí hasta para hacerse fotos. O, los más hambrientos o atrevidos (gallifante, ahí se te ve la pluma), para tomarse unas cañas y, cómo no, unas tapas.

Era la primera noche de nuestro segundo viaje a Jerez (julio de 2010). Tras comprobar que la playa de Valdelagrana seguía en el mismo sitio que un año ha, y disfrutar del poniente (quien haya estado por allí sabe a lo que me refiero), bajamos calle Porvera, calle Larga, y vimos un bar que no habíamos explorado en la primera migración de hambrientos tapeantes a la ciudad que quiere ser capital. Extraño, dadas las dimensiones del local (el inmenso edificio Domecq no es que se esconda). Como siempre, andábamos algo apurados de tiempo (en nuestro mundo se cena tarde). El resultado fue una sentada en una de las mesas de la terraza. Preguntamos si estaba abierta la cocina, nos dijeron que estupén, y al ajo, por supuesto, blanco.

Dicho esto, pasamos a la parte carnosa del muslo.

Las bebidas

Cañas alrededor del euro y medio. Otra vez, el asiento donde pone uno las nalgas se paga. Hemos de decir que no tanto, como, por ejemplo, en El Romerijo de El Puerto de Santa María. También avisamos de que no son, ni mucho menos, la caña de la cabaña. Si acaso, la cañita de... Bueno, ya está bien de parafrasear al vecinito. Un poco por debajo de la media local, en vasos no muy grandes. Deslucidas, diríamos.

Aunque todo es relativo. El otro día nos quejábamos de las jarras de aquella marisquería a más de dos euros, hoy de las minurrias de este bar a euro y medio. ¿Qué queremos? Cañas frías y de tamaño razonable a podo más de un euro. Ése es el camino, la verdad y la vida, y la condición para que un bar pueda tirar más cañas. El dinero cambia de manos, el cliente, al que han rebajado un siete por ciento el sueldo, vuelve, y todos, felices y contentos, comen alitas de dodo.

Vasitos por doquier

En este bar están obsesionados con los vasitos. Hay cierto olor de santidad, o de nouvelle cuisine, en la cocina, conque a meter la comida en vasos con cucharilla. Espero que al que tira la cerveza no le dé por usar platillos en vez de los vasillos de los que hemos hablado. Entonces, tendremos que beberla con tenedor, confundiremos la noche con el día y no sabremos quiénes son nuestros padres ni dónde están esas cositas que guardaron aquel día en ese cajón. Dios no lo permita. Amén y al bollo, que está caliente, caliente.

Vasitos. Es el signo de nuestro tiempo. Aparte de modernuras, los vasos tienen el inconveniente de que no permiten compartir la tapa. Si pides, por ejemplo, atún al amontillado con crema de patatas montada (premio a la mejor tapa en Jerez en 2003), te traen un vaso parecido a los de whisky con dedo y medio de puré de patatas con sabor a eso, a amontillado, y con unos trozitos de atún. Sobrevalorado, y es decir poco. Para los escrupulosos, se recomienda pedir una para cada uno. De todas formas, no se recomienda. Puré de patatas ligero con atún. Otra tapa que tuvimos a bien de degustar fue el salpicón de marisco. En vaso, claro, pero salpicón de marisco, del mismo que puedes tomarte en cualquier mostrador de tapas del mundo ibérico. Seguimos dando estopa. Tomamos también alguna otra tapa relacionada con el atún, y el timbal de huevo relleno (otro premio de la tapa endogámica y sobrevalorada). Por cierto, encontramos la interesante textura de la cáscara de huevo en el timbal. Doy fe.

Cuando llegamos, íbamos pensando en la lasaña de boquerones marinados con verduras asadas. Tiene muy buena pinta en las fotos, así que andábamos buscándola. Otra decepción. Se había acabado. Dejando a un lado la falta de previsión, en especial un día de verano, no hay que apretar más la clavija, vaya a ser que se corra. Un lunes de resaca del Mundial de fútbol a las once de la noche habría sido normal no poder comer (casi todos los bares estaban cerrados). Tres padres nuestros y dos avemarías, y a volar.

El personal

Lo mismo que digo una cosa, digo la otra y, niña, lo barato sale caro, pero el personal era atento y someramente simpático. La velocidad de la caña era media, tirando a baja, aunque el bar no andaba lleno. No quiero pensar lo que ocurre en hora punta. La razón es la jerarquía. Hay un encargado que lleva el mecanismo para cobrar, y sólo se le pueden pedir tapas y cañas a él. Los esbirros sin chapa con su nombre recogen las mesas. El encargado tiene cierta gracia, aunque no estaba en su mejor noche, supongo. O sí lo estaba y es un vallisoletano disfrazado. Correcto, con demasiadas recomendaciones fuera de carta, empero, y tirando a la parte sevillana, o continental, del alma jerezana. Se entretenía mucho (el bar no estaba muy lleno) y, en el ínterin, la tapa se enfriaba. Será que no sabemos llamar a un camarero. Además, un extraño invitado andaba por allí.

El ciclista flamenco

Un fantasma recorre Europa. O Jerez. De repente, mientras comíamos, arrancó un quejío propio de un tablao, y entró en nuestras vidas el ciclista flamenco. Su cante nos acompañó durante un cuarto de hora, mientras intentábamos hablar de las tapas, las cañas, la playa y otras razones de Estado. Cuando se calló, sentí una perturbación en la Fuerza. Luego nos dimos cuenta de que el flamenco en cuestión era amiguete de los dueños del bar, o era parte del personal, o una especie de institución en la ciudad. Tras hablar un rato con los ocupantes de una de las mesas de la terraza y enseñarles su guitarra, que debía de tener cierta solera, o cierto duende, o algo, la guardó en la funda, cogió su bicicleta y se marchó calle abajo hacia la plaza del Arenal.

La presencia de cantaores en las terrazas de mi Andalucía es un daño colateral, un castigo leve que tenemos que soportar por el buen tiempo, o por el paro, o por la simpatía de nuestra gente, o por el dúo Sacapuntas. En Jerez, además, el flamenco es un arte casi tan espontáneo como la chirigota en Cádiz o el blues en Nueva Orleans. Poco después de irse el tocaor volador, pasó una pareja por calle Larga. Ella, en vez de hablar, cantaba flamenco. ¿Casualidad? Otro día, en una heladería, había unas muchachas dándole al jondo mientras se tomaban un helado.

Un observador imparcial puede colegir que el flamenco es un poco sacrosanto por allí, así que termino. Vimos al ciclista cantaor en muchas ocasiones, a veces pedaleando y a veces parado, a veces con la guitarra guardada y otras con el arma en la mano. Seguirá recorriendo las estrechas calles con el cuerpo en pos de Contador y el alma, de Camarón.

Los precios están algo por encima de la media. Las tapas cuestan más de dos euros y las bebidas, sobre el euro y medio. Total, unos veinticinco euros para dos personas. Las cantidades eran algo mínimas, tanto en comida como en bebida, y tuvimos que disponer de tres tapas por persona para enterarnos. La calidad, un poquito ajustada (lo de la cáscara de huevo es anatema).

En conclusión, El gallo azul se dice el templo de la tapa de Jerez. Para nosotros, está algo sobrevalorado y los precios, un poco hinchados. Sin pasarse. Lo justo para no quejarnos en ese momento, pero también para no volver. No poder hablaros de esa extraña lasaña de boquerones marinados es algo que jamás nos perdonaremos. Vaya. Ya nos hemos perdonado.

Sin nada más que decir sobre el gallo, tras decapitarlo, se despide, con un quejío,

luis r:
"Soy un enemigo de Alá. No me gusta la rumba ni el jazz." 











sábado, 24 de julio de 2010

Las tapas en Jerez. Tercera fase. La cruz blanca




Seguimos donde nos quedamos en la entrada anterior. De vuelta al centro de Jerez, calle Medina por bandera y las once de la noche pasadas, nos encontrábamos en una situación que no parecía traer nada bueno. Entonces, nos acordamos de un bar que habíamos visitado hacía un año con resultados aceptables, y con una cola que parecía la de Studio 54, conque un martes de julio a las once y cuarto podría servirnos de algo. No nos acordábamos del nombre de la calle, pero debía de estar en una de las plazitas al oeste de calle Larga. Varias vueltas por la plaza del Progreso, Plateros y calle Consistorio, donde al fin dimos con La cruz blanca, paradigma de bar turístico, un poco caro, pero con cierta calidad, en la esquina de esta calle con la plaza de la Yerba.

Peregrinaje primigenio de los primos a La cruz blanca. El matadero

Cogemos del DeLorean y retrocedemos hasta agosto de 2009. Entonces, un poco más y un poco menos perdidos que ahora (nuestro bar favorito aún estaba en coordenadas espaciotemporales cercanas a nuestra galaxia), deambulábamos por las abarrotadas plazas del centro, un poco hambrientos después de la playa, buscando el comercio interior y la cinemática bigotera. La vida seguía durísima. Habíamos leído sobre La cruz blanca en algunos blogs. Lo veíamos demasiado trampa para seres con sandalias y calcetines blancos, pero ya habíamos quemado casi todos los cartuchos y emprendimos una huida hacia adelante para no tener que repetir tasca.

Estaba hasta la bandera. Esperamos un rato sentados en la plazita, hasta decidirnos a seguir la espera con unas cañas en la barra. Tras media hora de cháchara en lo que parecía la barra libre de una fiesta adolescente de fin de año, vino la encargada a darnos mesa. Nos sentamos fuera, y seguimos con las cañas. De la carta, no nos llamaron mucho la atención las tapas y, ya os digo, íbamos con hambre. Pedimos entrecot de ternera poco hecho (:3) y filetitos de presa ibérica con salmorejo (que se llama porra por estos lares).

El entrecot estaba bueno, pero los filetitos de presa se llevaban la palma. El toque que les da el salmorejo los hacen superiores incluso a la ternera (siento que a la isla no le gusta que diga tal cosa). No sabemos cuál es la clave del salmorejo en este restaurante. Nos aventuramos a lanzar rumores. Algo tan simple como el punto de sal y vinagre está ajustado al milímetro, o más bien un poco al alza, y eso hace al plato salvar de manera notable a este restaurante, por otra parte, uno de los más caros en su categoría, y un poco del mundo guiri, diríamos. Volvimos al hotel satisfechos y con los bolsillos más finos, y dormimos como morsas rellenas. Los platos costaban de 15 a 20 euros, con las cañas, supongo que entre 40 y 50.

Vuelta de las vacas locas voladoras. El bacalao de la vida

Volvemos a la noche funesta en la que se nos perdió el Nuevo Savarín. Después de varias vueltas por la madriguera de calles al oeste de calle Larga, volvimos a encontrar la plaza de la Yerba casi por casualidad, y a vueltas con La cruz blanca, Jerez de jereces del salmorejo. Esta vez no estuvimos tan finos. Pedimos bacalao con algarabía de ibéricos y rape con pesto y berenjenas.

El bacalao venía frito y con una salsa de queso y jamón serrano, y el rape llevaba verduras y berenjenas. Ambos bastante sosos y el rape, correoso. Lo curioso es que el sabor del pesto no pegaba ni con cola y, para colmo, como salsa no valía gran cosa. Quizá lo único que le faltaba era sal y, bueno, un poco más de cantidad para notar que llevaba el interesante mejunje de albahaca. Toda una tundra gastronómica.

En cuanto a los precios, de 16 a 18 euros el plato. Bebimos cerveza y tinto de verano. Lo único que salvó la pitanza fue media ración de boquerones en vinagre que pedimos en medio del espejismo de bacalao y rape, eso sí, con salmorejo (un poco más de 6 euros). Llevaba unas rebanadas de pan tostado crujientes maravillosas. Como recordábamos, el punto del salmorejo era excelente. Y claro, con esa excelencia nos quedamos. Lo demás, caro, insulso e irrelevante. Tanto como llevar el Financial Times a una rave.

Agitar antes de usar

La cruz blanca es un restaurante. Poco tiene de bar de tapas o, al menos, no muchas tapas llaman la atención. Tienen platos y raciones, muy caros, y medias raciones caras. Para usar correctamente esta tasca con terraza, uno debe ir provisto de mentalidad de restaurante y ganas de gastar. Nosotros, en esa tesitura, recomendaríamos sitios como el Mesón del asador, aunque ésa es otra historia. Sin embargo, París bien vale una misa y el salmorejo merece la pena. Una técnica ninja puede ser tomarse unas cervezas con una tapa de salmorejo, o los boquerones en vinagre con salmorejo o, para los opíparos con ganas de gastar, los filetitos de presa con salmorejo. Creo que debería usar más sinónimos en esta entrada. Quiero que se os quede grabada la palabrita, empero. Salmorejo. (Se recomienda leer el término silabeando, masticando las letras.)

Por otra parte, el personal es amable y el servicio, bastante rápido, incluso en las noches sofoconas de turismo apabullante. Las cañas, de las más caras, pero también rápidas. El pescado no merece la pena y, si hay un plato estrella, los filetitos de presa con salmorejo tienen cada una de las cinco puntas (nunca seis, que los judíos no comen cerdo). Sí, siempre es mejor más que menos.

Con un extraño regustillo a tomates con ajo, pan y pimiento, y a punto de preparar porra antequerana, se despide, por hoy,


luis r,
contador de cuentos con salmoraleja de Postre o café.











viernes, 23 de julio de 2010

Las tapas en Jerez. Segunda parte. ¿Dónde está el Nuevo Savarín?




En nuestro primer viaje a Jerez, empezamos por consultar información sobre esta ciudad. Por supuesto, nuestras consultas se orientaron, sobre todo, a la gastronomía económica aplicada: dónde y cómo comer sin acabar fregando los platos del restaurante. Entonces, como si fuéramos antropólogos alienígenas, descubrimos que lo interesante en Jerez son las tapas. Pensaréis que debíamos descubrirlas probándolas, pero dimos con una guía de bares de tapas de Jerez. Internet no tiene cura.

Entre otros bares jerezanos, llamó nuestra atención el Nuevo Savarín, en la plaza de Aníbal González, junto a la glorieta del Minotauro, al sur de la ciudad. Nos alojábamos en el hotel Sherry Park, en la avenida Alcalde Álvaro Domecq, al norte.

No conocíamos la zona conque, con Google maps por montera, tomamos al camino más corto: al sureste, pasando por la puerta de la plaza de toros, bajando la avenida de Nuestra Señora de la Paz hasta la glorieta del Minotauro, al lado de la plaza de Aníbal González. Dicho y hecho.

El camino empezó bien, por barrios de casas matas, pasando por la plaza de toros, más casas matas hasta llegar a la avenida de la Paz, con sus colmenas, zona industrial y calzada en plan circunvalación, pasando por tramos infranqueables en los que hay que cruzar por debajo de la vía principal. Sabemos que las rutas a pie de gmaps están en prueba, pero aquello fue cruel. Al final, tras varias discusiones sobre la exactitud de la ruta, llegamos a la plaza donde estaba el bar.

En otras incursiones, decidimos tomar calle Larga, por el mismo centro, y luego torcer a la izquierda por calle Medina, que llega directa a la glorieta. Más largo, pero sin lumpen, cinturón industrial ni catacumbas. De vicio.

Primera visita del ángel del Señor

Llegamos al Nuevo Savarín, que se encontraba en una plaza un poco encerrada entre varios edificios. Nos atendió un chico muy atento llamado Mariano, del que ya habíamos leído en Internet. Pedimos un par de cervezas y nos trajo también patatas aliñadas para acompañar, cortesía de la casa. Le preguntamos cuáles eran las especialidades y nos habló de los bastoncitos de berenjena, los monederitos de perdiz y el solomillo con salsa Savarín y con salsa al Pedron Ximén. Dicho y hecho.

Pedimos esas cuatro cositas y varias cervezas. Las salsas del solomillo eran muy mojables. Las berenjenas eran fritas, con salsa de soja y miel, pero presentadas con gracia y en bastones. Los monederitos, una especie de empanadillas con pasta fina frita, estaban de muerte. La cantidad, la calidad y la presentación fueron excelentes, y el precio, unos 16 euros, más bien tirado. Todo esto ha contribuido y contribuirá al mito. La otra parte es que el bar ha desaparecido.

Segunda visita del alacrángel San Grabiel (sic.)

La segunda vez, al final de este primer viaje a Jerez, no había sitio en la terraza de fuera, y decidimos probar un poco de todo, aparte de una ensalada de puerros cocidos y quicos. Brutal.

Hemos de decir que se les acabó la cerveza de barril. Un poco bastante imperdonable. La situación se agravó cuando pedimos una Alhambra Reserva, de éstas un poco tramposas que llevan maíz en la receta, como aprendimos en aquella impagable entrada del Filósofo cervecero, por consejo del amigo Mariano. Lo malo es que no estaba fría. Eso es ya excomunión, por supuesto.

En ese viaje, a pesar de la Alhambra 1925 caliente, el Nuevo Savarín consiguió una imagen ideal de la tapa barata, bien servida, abundante y rica en Jerez.

El misterio divino

En 2010, hemos vuelto a Jerez de la Frontera, buscando lo mismo, es decir, la playa de Valdelagrana, El Romerijo y, ahora, las tapas jerezanas y, claro, el Nuevo Savarín. La segunda noche de nuestro viaje de este año, bajamos calle Porvera (nos hospedamos en el Prestige Palmera Plaza, como ya sabéis), calle Larga, después calle Medina y, al llegar a la plaza de Aníbal González, nos encontramos con el bar cerrado y otro nombre (no recuerdo cuál) en la puerta. Volvimos al centro y comimos en La cruz blanca (ya hablaremos de eso) y, al día siguiente, intentamos recabar información en la red sobre lo que había pasado. Llamamos a varios teléfonos, fijos y móviles, que encontramos en Googlelandia. Nada. Algunos no existían, otros no cogían, en otros nos habíamos equivocado. Preguntamos a los de la recepción del hotel, pero no llegaron más allá. Decidimos que habrían cerrado.

En cuanto a los cotilleos, leímos en cierto blog que Mariano, el camarero, ya no andaba por allí, pero es que tampoco el bar andaba por allí. Quizá Mariano era el bar, y ahora defiende los bastoncitos y los monederitos en algún lugar de Jerez, de Londres o del espacio exterior. Si es así, que la Fuerza le acompañe.

No sabemos si recomendar este bar, porque no sabemos si existe. Por supuesto que sí lo hacemos. Si hemos perdonado una cerveza caliente, debe de ser bueno. Eso sí, si alguien lo encuentra, quizá pueda contratarlo. Y nos ponemos en plan Paco Lobatón. Nos pica la curiosidad. Sería como si vieran a Jimi Hendrix tocando en la calle Larios, o Larga.

Se despide, con la mente llena de incógnitas, buscando un membrillo,

luis r,
desorientado y desatado Mulder-Scully de Postre o café.










Las tapas en Jerez de la Frontera. Primera parte.




Ave, mascarpones drenados. Hoy empezamos una larga serie de artículos subjetivos sobre los bares de tapas de Jerez de la Frontera. Las tapas en Jerez son una institución, y tienen diferencias sutiles con las de otros lugares de Andalucía o del resto de España.

Por ejemplo, en muchos bares de Granada suelen ponerte algo de comer con cada bebida que pides. Es el único sitio donde hemos podido disfrutar de estas tapas aleatorias y gratuitas. En Almería, la tapa se paga aparte, y son abundantes las chistorras y otros productos de plancha, más o menos sofisticados. En Málaga, abundan los mostradores de tapas frías, que son como el gotelex del mundillo. Este tapeo es muy general. Es el mismo que he visto en El Raval, en Barcelona, y en miles de bares en cientos de barrios y pueblos de por aquí. El otro extremo está en los pintxos del País Vasco, casi siempre sobre una rebanada de pan, no muy abundantes, caros y sofisticados.

En agosto de 2009, pasamos una semana en Jerez de la Frontera. La verdad es que sabíamos muy poco de esta ciudad. Queríamos ir a El Puerto de Santa María. Somos adictos a la playa de Valdelagrana y a la marisquería El Romerijo, qué le vamos a hacer, y se da la circunstancia de que los hoteles de El Puerto son carísimos y, además, o coges el coche para ir desde el centro a la playa, o para ir de la playa al centro, donde está El Romerijo.

Así las cosas, puestos a conducir, no era mala idea alojarse en Jerez, donde los hoteles siguen costando unos 60 euros y hay una linda autovía. Antes de llegar siquiera a Jerez, consultamos varios blogs y nos enteramos, someramente, cómo va el negocio en Jerez.

El punto de vista de Jerez de la Frontera es parecido y diferente. Las tapas se pagan aparte, y suelen costar de 1.80 a 2.40 euros (estamos en el año 2010 de Nuestro Señor). Las cervezas, algo más de 1 euro. La cuestión está en las cantidades y, cómo no, en la calidad. Hay de todo: bares que sirven tapas innovadoras con ínfulas de alta cocina, bares con tapas tradicionales como la carrillada al oloroso, otros con montaditos de todo tipo, unos más marítimos y otros más del matadero. Hay donde la tapa prácticamente es un bocado, y donde es un cuarto de ración. Trampas para guiris con sillas de nea y sitios que aún no conocemos después de dos visitas, y otros que ni conoceremos tan fácilmente. No es el País de las Maravillas, pero está por ver si podremos tomarnos algún día una de dodo. Aquí, nada es imposible. Si acaso, impasable. Bienvenidos al mundo de la tapa jerezana.

Un lugar común de los bares de tapas es la caña. En Jerez, suelen poner la caña en vasos grandes que llenan hasta los dos tercios, de forma que el vaso adquiere pinta de chato de vino o de culín de sidra. Un enfoque interesante, comparando con el minivaso o con el siempre versátil y poligonero tubo. Lo que da de sí una cerveza, ¿verdad? Como siempre, bajo la supraestructura subyace la economía, dijo uno de los hermanos Marx (¿Marx tenía hermanos?) En los bares más turísticos, las cervezas llegan e incluso pasan el euro y medio. En los más razonables, poco más del euro. Es mejor tirar más cañas baratas que menos más caras, diría aquél. Casi nunca, al menos hasta ahora, los 2 euros. No hay que aceptar disparates.

En adelante, hablaremos de las tapas legendarias e innovadoras del Nuevo Savarín, de las temibles alcachofas de Juanito, las opíparas goriladas del Gorila, el salmorejo de La cruz blanca, los montaditos de La cañita, las croquetas de La cuadra, los tapazos del Mesón del asador y los microvasitos tapiles de El gallo azul, entre otras lindezas. Incluso nos atreveremos a hablar de lo que no conocemos y a saber de lo que no hablemos. Calle Larga arriba, calle Larga abajo, nos perderemos y reperderemos en la madriguera del oloroso (oso de olor curioso según Wikipedia), y probaremos su carrillada que, según cuentan, lleva la zanahoria del conejo blanco y un vino del mismo nombre que el susodicho oso.

No queremos adelantar mucho más, pero prometemos dar a cada cual según sus necesidades y al César, lo que es del César. Mañana, el misterio del Nuevo Savarín.

Con mucha bazofia debajo de la alfombra y pajarracos en la chistera, se despide, por poco tiempo,

luis r,
sombrerero loco de hambre y de lengua bífida de Postre o café.












jueves, 22 de julio de 2010

El Romerijo, El Puerto de Santa María, Cádiz




Salud, camaradas, camareros y camarones. Bienvenidos al sancta sanctórum del marisco, a la rue del Percebe, a la mayor fuente natural de colesterol de la provincia de Cádiz y a la principal atracción del casco antiguo de El Puerto de Santa María, con perdón de otros templos más sagrados, aunque también menos divinos (todo hay que decirlo). 
Con varias terrazas propias y muchos bares aledaños que permiten consumir sus productos, El Romerijo es un cocedero de marisco situado en la plaza de la Herrería de El Puerto. También tiene otros establecimientos camino de la playa de Valdelagrana (otra Meca, entre tantas). No obstante, el que conocemos, respetamos y hemos visitado en múltiples viajes a la provincia sigue en esta plaza.


Para llegar en coche, hay que girar a la derecha en última rotonda de El Puerto antes del puente sobre el Guadalete y entrar en el centro. Si bien el parking de pago de calle Curva está a un paso del cocedero, en días tranquilos es recomendable seguir la calle, torcer a la derecha por la calle Virgen de los Milagros y aparcar en alguna de las paralelas a ésta, calle Cielo o calle Albareda, un poco más lejos, pero gratis. No siempre se puede, pero de vez en cuando conviene relajarse y no pensar en el parquímetro.


El cocedero 

El sistema es sencillo, y ya entramos en harina. Hay un mostrador con marisco cocido, como el de una carnicería con turno numerado, donde los comensales piden el marisco al peso, que meten en cartuchos. Después de pagar, uno se lleva el botín a las mesas de alguna de las terrazas, a los bares donde hay carteles que permiten el consumo de productos romerijos, a su casa, hotel o ciénaga (también lo preparan para viaje si es preciso). Las mesas suelen estar abarrotadas en horas punta, así que conviene coger una como puedas antes de pedir o, mejor aún, evitar esas horas y así no verse rodeado de una corte de buitres mientras uno come esos bichos tan difíciles de comer (actividad poco edificante para el observador y menos decorosa para el observado). 

Aquí debemos hacer un poco de historia. La primera vez que visitamos El Puerto, hace unos años, había varios cartuchos de marisco variados (más o menos a 15 euros) en carteles a la vista de los clientes en el cocedero. Ahora, algunos de ellos han desaparecido y otros quedan en la carta de las terrazas. Eso sí, desde aquellos días, el tamaño de las mariscadas Guadalete o Guachi ha disminuido algunos enteros. O a lo mejor padecemos gigantismo, o micropsia. Conjeturas aparte, ahora no merecen tanto la pena. Hay también mariscadas para dos personas (unos 25 euros), y mariscadas en plan brutal de unos 60 euros. 

En cuanto a monstruos con exoesqueleto al peso, hay precios para todos los gustos. Evidentemente, lo bueno se paga. Hay langostinos africanos a 5 euros el cuarto y langostinos tigre a 7 euros el cuarto, pero los langostinos de Sanlúcar cuestan unos 18 el cuarto (otra vez, niña, lo barato sale caro). En cuanto al percebe, lo hay gallego a 14 euros el cuarto (merece la pena), y marroquí un poco más barato. Los camarones son muy interesantes. Por 2 euros te puedes comer 100 gramos, peso que abarca una miríada de pequeñas vidas. Para mi gusto, mejores que los langostinos, las gambas y las quisquillas juntas, aunque cansan un poco más (la vida sigue tan dura...) Hay, cómo no, bogavantes, langostas, nécoras, centollos, patas chicas, bocas chicas, cañaíllas, quisquillas, gambas (también de todos los precios) y toda la corte de crustáceos habida y por haber. 


Para neófitos, se recomienda, aún con el efecto menguante, pedir una de las mariscadas variadas, para otro día elegir lo que más apetezca. Para colesteroleros avezados, ya sabéis lo que queréis, así que, como dijo Iggy, buscad y destruid.


Como ejemplo, os dejo la nota de la última vez que nos dejamos seducir, y de qué manera, por los artrópodos de agua salada. Decidimos darnos un pequeño homenaje de despedida de tierras gaditanas, conque compramos productos locales, algunos un poco caros. Ahora que los hemos digerido, incluso con cierto empacho, los echamos de menos. Por si no se ve (no estaba muy claro el original, y el escáner no es lo nuestro), un cuarto de percebe gallego a 14 euros, 100 gramos de camarón a 2.20, dos patas chicas a 4.44, 100 gramos de quisquillas a 7.80 y un cuarto de langostinos de Sanlúcar a 18 euros. En total, 46.44 euros, pero hacedme caso: fue una bacanal muy bruta. Luego la sufrimos en el viaje de regreso a Málaga. Sarna con gusto...

La freiduría

En la misma plaza, justo enfrente del cocedero, los amigos de Romero G. Hijo tienen una freiduría de pescado. Para los de fuera de Andalucía, hay que explicar el mito del pescaíto frito. En Málaga, desde donde escribimos Postre o café, el pescaíto frito es bueno y barato. No sé cómo lo hacen en los chiringuitos, pero nosotros no hemos conseguido nunca darle el punto en casa. Así que, la primera vez que visitamos El Romerijo, pedimos algún cartucho de pescado. Demasiada harina, y prácticamente quemado, amén de aceitoso. No es por ser chovinista, pero no merece la pena, lo mismo que no merece la pena venir a Málaga a comer marisco (aquí forma parte del universo lujoso). 

En Cádiz, es muy recomendable el choco (calamar) a la plancha, el atún de almadraba o el marisco, claro, a granel y a precios asumibles. Sin embargo, en algo tan mundano como el pescaíto frito, es mejor ir a lugares tan mundanos como Málaga, así que decantarse por el cocedero es una decisión sabia. Otra cosa es querer comer bife con chimichurri en Mongolia Exterior, o sushi de huevas de salmón en Guinea Ecuatorial. El rollo excéntrico está bien, pero no hay que jugar con la comida. ¿O era ciento volando?

Las terrazas


Aquí debemos ser inflexibles. El precio de las bebidas en las terrazas y bares asociados es abusivo. No es estratosférico, pero tampoco razonable. Muy por encima de la media de la provincia. La cerveza cuesta 2.15 euros y el tinto de verano, 2.25 euros. Casi a precio de festival. A su favor hay que decir que la cerveza viene fría, y la traen en jarra, conque uno no la calienta con los dedos (somos así de enrollados).


En las terrazas también sirven marisco a la plancha, y las mariscadas del cocedero en bandeja en vez de cartucho. Nunca hemos pedido ninguna de esas cosas, pero hemos visto a otros hacerlo a gusto. 


Dejamos también esta vez un ejemplo de la última vez que visitamos la terraza La Guachi (junto al cocedero). Cerveza sin alcohol para el conductor (la vida pega donde más duele TT) y tinto de verano para el copiloto, así como salsa rosa para alguien que sólo come artrópodos marinos cuando está en El Puerto. Bebidas por 9.60 euros. Teniendo en cuenta la suma anterior, el total asciende a 56.04 euros. Aún habiendo pedido al peso y a discreción, sigue siendo un precio interesante si lo comparamos con los de las marisquerías de por aquí, en las que a lo mejor tienes que dejar a tu mascota o a tus churumbeles de prenda.

El personal


Todas las veces que hemos ido por el Romerijo, nos hemos encontrado un personal amable y atento, muy al uso de la gente de la provincia de Cádiz. Además, es rápido. Hay que tener en cuenta que, a veces, las terrazas están como el metro de Tokio en hora punta, conque, o tiras la caña tú mismo, o esperas un minuto mientras tiras de gambas. Esta vida sigue siendo un valle de lágrimas.


Terminamos diciendo que recomendamos, por supuesto, este lugar a cualquiera que visite El Puerto y no sea vegetariano, a pesar del precio de la bebida. Es lo mismo que el Vaporcito o que el cine del colegio de San Luis Gonzaga. Hay que verlo, o comérselo. 


Vuelto del revés como el pulpo Paul para que podáis ver lo que he comido, me despido deseándoos buen provecho. Comed esto en conmemoración mía.


luis r,
gran gourmet de órganos guisados de gambas guepardo y langostinos al grill.