martes, 27 de julio de 2010

Las tapas en Jerez. La cuarta parte. El gallo azul




Vamos a desmontar otro mito de Jerez de la Frontera. En medio de la calle Larga, en el edificio Pedro Domecq, se encuentra El gallo azul, como no podía ser de otro modo. Como las bodegas, el Alcázar, el fino o los caballos andaluces de ahora (y, claro, el flamenco, ¿cómo olvidar el sacrosanto flamenco?), este bar forma parte de la naturaleza de la ciudad. Además, tiene una situación inmejorable, lo que hace que muchos forasteros paren allí hasta para hacerse fotos. O, los más hambrientos o atrevidos (gallifante, ahí se te ve la pluma), para tomarse unas cañas y, cómo no, unas tapas.

Era la primera noche de nuestro segundo viaje a Jerez (julio de 2010). Tras comprobar que la playa de Valdelagrana seguía en el mismo sitio que un año ha, y disfrutar del poniente (quien haya estado por allí sabe a lo que me refiero), bajamos calle Porvera, calle Larga, y vimos un bar que no habíamos explorado en la primera migración de hambrientos tapeantes a la ciudad que quiere ser capital. Extraño, dadas las dimensiones del local (el inmenso edificio Domecq no es que se esconda). Como siempre, andábamos algo apurados de tiempo (en nuestro mundo se cena tarde). El resultado fue una sentada en una de las mesas de la terraza. Preguntamos si estaba abierta la cocina, nos dijeron que estupén, y al ajo, por supuesto, blanco.

Dicho esto, pasamos a la parte carnosa del muslo.

Las bebidas

Cañas alrededor del euro y medio. Otra vez, el asiento donde pone uno las nalgas se paga. Hemos de decir que no tanto, como, por ejemplo, en El Romerijo de El Puerto de Santa María. También avisamos de que no son, ni mucho menos, la caña de la cabaña. Si acaso, la cañita de... Bueno, ya está bien de parafrasear al vecinito. Un poco por debajo de la media local, en vasos no muy grandes. Deslucidas, diríamos.

Aunque todo es relativo. El otro día nos quejábamos de las jarras de aquella marisquería a más de dos euros, hoy de las minurrias de este bar a euro y medio. ¿Qué queremos? Cañas frías y de tamaño razonable a podo más de un euro. Ése es el camino, la verdad y la vida, y la condición para que un bar pueda tirar más cañas. El dinero cambia de manos, el cliente, al que han rebajado un siete por ciento el sueldo, vuelve, y todos, felices y contentos, comen alitas de dodo.

Vasitos por doquier

En este bar están obsesionados con los vasitos. Hay cierto olor de santidad, o de nouvelle cuisine, en la cocina, conque a meter la comida en vasos con cucharilla. Espero que al que tira la cerveza no le dé por usar platillos en vez de los vasillos de los que hemos hablado. Entonces, tendremos que beberla con tenedor, confundiremos la noche con el día y no sabremos quiénes son nuestros padres ni dónde están esas cositas que guardaron aquel día en ese cajón. Dios no lo permita. Amén y al bollo, que está caliente, caliente.

Vasitos. Es el signo de nuestro tiempo. Aparte de modernuras, los vasos tienen el inconveniente de que no permiten compartir la tapa. Si pides, por ejemplo, atún al amontillado con crema de patatas montada (premio a la mejor tapa en Jerez en 2003), te traen un vaso parecido a los de whisky con dedo y medio de puré de patatas con sabor a eso, a amontillado, y con unos trozitos de atún. Sobrevalorado, y es decir poco. Para los escrupulosos, se recomienda pedir una para cada uno. De todas formas, no se recomienda. Puré de patatas ligero con atún. Otra tapa que tuvimos a bien de degustar fue el salpicón de marisco. En vaso, claro, pero salpicón de marisco, del mismo que puedes tomarte en cualquier mostrador de tapas del mundo ibérico. Seguimos dando estopa. Tomamos también alguna otra tapa relacionada con el atún, y el timbal de huevo relleno (otro premio de la tapa endogámica y sobrevalorada). Por cierto, encontramos la interesante textura de la cáscara de huevo en el timbal. Doy fe.

Cuando llegamos, íbamos pensando en la lasaña de boquerones marinados con verduras asadas. Tiene muy buena pinta en las fotos, así que andábamos buscándola. Otra decepción. Se había acabado. Dejando a un lado la falta de previsión, en especial un día de verano, no hay que apretar más la clavija, vaya a ser que se corra. Un lunes de resaca del Mundial de fútbol a las once de la noche habría sido normal no poder comer (casi todos los bares estaban cerrados). Tres padres nuestros y dos avemarías, y a volar.

El personal

Lo mismo que digo una cosa, digo la otra y, niña, lo barato sale caro, pero el personal era atento y someramente simpático. La velocidad de la caña era media, tirando a baja, aunque el bar no andaba lleno. No quiero pensar lo que ocurre en hora punta. La razón es la jerarquía. Hay un encargado que lleva el mecanismo para cobrar, y sólo se le pueden pedir tapas y cañas a él. Los esbirros sin chapa con su nombre recogen las mesas. El encargado tiene cierta gracia, aunque no estaba en su mejor noche, supongo. O sí lo estaba y es un vallisoletano disfrazado. Correcto, con demasiadas recomendaciones fuera de carta, empero, y tirando a la parte sevillana, o continental, del alma jerezana. Se entretenía mucho (el bar no estaba muy lleno) y, en el ínterin, la tapa se enfriaba. Será que no sabemos llamar a un camarero. Además, un extraño invitado andaba por allí.

El ciclista flamenco

Un fantasma recorre Europa. O Jerez. De repente, mientras comíamos, arrancó un quejío propio de un tablao, y entró en nuestras vidas el ciclista flamenco. Su cante nos acompañó durante un cuarto de hora, mientras intentábamos hablar de las tapas, las cañas, la playa y otras razones de Estado. Cuando se calló, sentí una perturbación en la Fuerza. Luego nos dimos cuenta de que el flamenco en cuestión era amiguete de los dueños del bar, o era parte del personal, o una especie de institución en la ciudad. Tras hablar un rato con los ocupantes de una de las mesas de la terraza y enseñarles su guitarra, que debía de tener cierta solera, o cierto duende, o algo, la guardó en la funda, cogió su bicicleta y se marchó calle abajo hacia la plaza del Arenal.

La presencia de cantaores en las terrazas de mi Andalucía es un daño colateral, un castigo leve que tenemos que soportar por el buen tiempo, o por el paro, o por la simpatía de nuestra gente, o por el dúo Sacapuntas. En Jerez, además, el flamenco es un arte casi tan espontáneo como la chirigota en Cádiz o el blues en Nueva Orleans. Poco después de irse el tocaor volador, pasó una pareja por calle Larga. Ella, en vez de hablar, cantaba flamenco. ¿Casualidad? Otro día, en una heladería, había unas muchachas dándole al jondo mientras se tomaban un helado.

Un observador imparcial puede colegir que el flamenco es un poco sacrosanto por allí, así que termino. Vimos al ciclista cantaor en muchas ocasiones, a veces pedaleando y a veces parado, a veces con la guitarra guardada y otras con el arma en la mano. Seguirá recorriendo las estrechas calles con el cuerpo en pos de Contador y el alma, de Camarón.

Los precios están algo por encima de la media. Las tapas cuestan más de dos euros y las bebidas, sobre el euro y medio. Total, unos veinticinco euros para dos personas. Las cantidades eran algo mínimas, tanto en comida como en bebida, y tuvimos que disponer de tres tapas por persona para enterarnos. La calidad, un poquito ajustada (lo de la cáscara de huevo es anatema).

En conclusión, El gallo azul se dice el templo de la tapa de Jerez. Para nosotros, está algo sobrevalorado y los precios, un poco hinchados. Sin pasarse. Lo justo para no quejarnos en ese momento, pero también para no volver. No poder hablaros de esa extraña lasaña de boquerones marinados es algo que jamás nos perdonaremos. Vaya. Ya nos hemos perdonado.

Sin nada más que decir sobre el gallo, tras decapitarlo, se despide, con un quejío,

luis r:
"Soy un enemigo de Alá. No me gusta la rumba ni el jazz." 











sábado, 24 de julio de 2010

Las tapas en Jerez. Tercera fase. La cruz blanca




Seguimos donde nos quedamos en la entrada anterior. De vuelta al centro de Jerez, calle Medina por bandera y las once de la noche pasadas, nos encontrábamos en una situación que no parecía traer nada bueno. Entonces, nos acordamos de un bar que habíamos visitado hacía un año con resultados aceptables, y con una cola que parecía la de Studio 54, conque un martes de julio a las once y cuarto podría servirnos de algo. No nos acordábamos del nombre de la calle, pero debía de estar en una de las plazitas al oeste de calle Larga. Varias vueltas por la plaza del Progreso, Plateros y calle Consistorio, donde al fin dimos con La cruz blanca, paradigma de bar turístico, un poco caro, pero con cierta calidad, en la esquina de esta calle con la plaza de la Yerba.

Peregrinaje primigenio de los primos a La cruz blanca. El matadero

Cogemos del DeLorean y retrocedemos hasta agosto de 2009. Entonces, un poco más y un poco menos perdidos que ahora (nuestro bar favorito aún estaba en coordenadas espaciotemporales cercanas a nuestra galaxia), deambulábamos por las abarrotadas plazas del centro, un poco hambrientos después de la playa, buscando el comercio interior y la cinemática bigotera. La vida seguía durísima. Habíamos leído sobre La cruz blanca en algunos blogs. Lo veíamos demasiado trampa para seres con sandalias y calcetines blancos, pero ya habíamos quemado casi todos los cartuchos y emprendimos una huida hacia adelante para no tener que repetir tasca.

Estaba hasta la bandera. Esperamos un rato sentados en la plazita, hasta decidirnos a seguir la espera con unas cañas en la barra. Tras media hora de cháchara en lo que parecía la barra libre de una fiesta adolescente de fin de año, vino la encargada a darnos mesa. Nos sentamos fuera, y seguimos con las cañas. De la carta, no nos llamaron mucho la atención las tapas y, ya os digo, íbamos con hambre. Pedimos entrecot de ternera poco hecho (:3) y filetitos de presa ibérica con salmorejo (que se llama porra por estos lares).

El entrecot estaba bueno, pero los filetitos de presa se llevaban la palma. El toque que les da el salmorejo los hacen superiores incluso a la ternera (siento que a la isla no le gusta que diga tal cosa). No sabemos cuál es la clave del salmorejo en este restaurante. Nos aventuramos a lanzar rumores. Algo tan simple como el punto de sal y vinagre está ajustado al milímetro, o más bien un poco al alza, y eso hace al plato salvar de manera notable a este restaurante, por otra parte, uno de los más caros en su categoría, y un poco del mundo guiri, diríamos. Volvimos al hotel satisfechos y con los bolsillos más finos, y dormimos como morsas rellenas. Los platos costaban de 15 a 20 euros, con las cañas, supongo que entre 40 y 50.

Vuelta de las vacas locas voladoras. El bacalao de la vida

Volvemos a la noche funesta en la que se nos perdió el Nuevo Savarín. Después de varias vueltas por la madriguera de calles al oeste de calle Larga, volvimos a encontrar la plaza de la Yerba casi por casualidad, y a vueltas con La cruz blanca, Jerez de jereces del salmorejo. Esta vez no estuvimos tan finos. Pedimos bacalao con algarabía de ibéricos y rape con pesto y berenjenas.

El bacalao venía frito y con una salsa de queso y jamón serrano, y el rape llevaba verduras y berenjenas. Ambos bastante sosos y el rape, correoso. Lo curioso es que el sabor del pesto no pegaba ni con cola y, para colmo, como salsa no valía gran cosa. Quizá lo único que le faltaba era sal y, bueno, un poco más de cantidad para notar que llevaba el interesante mejunje de albahaca. Toda una tundra gastronómica.

En cuanto a los precios, de 16 a 18 euros el plato. Bebimos cerveza y tinto de verano. Lo único que salvó la pitanza fue media ración de boquerones en vinagre que pedimos en medio del espejismo de bacalao y rape, eso sí, con salmorejo (un poco más de 6 euros). Llevaba unas rebanadas de pan tostado crujientes maravillosas. Como recordábamos, el punto del salmorejo era excelente. Y claro, con esa excelencia nos quedamos. Lo demás, caro, insulso e irrelevante. Tanto como llevar el Financial Times a una rave.

Agitar antes de usar

La cruz blanca es un restaurante. Poco tiene de bar de tapas o, al menos, no muchas tapas llaman la atención. Tienen platos y raciones, muy caros, y medias raciones caras. Para usar correctamente esta tasca con terraza, uno debe ir provisto de mentalidad de restaurante y ganas de gastar. Nosotros, en esa tesitura, recomendaríamos sitios como el Mesón del asador, aunque ésa es otra historia. Sin embargo, París bien vale una misa y el salmorejo merece la pena. Una técnica ninja puede ser tomarse unas cervezas con una tapa de salmorejo, o los boquerones en vinagre con salmorejo o, para los opíparos con ganas de gastar, los filetitos de presa con salmorejo. Creo que debería usar más sinónimos en esta entrada. Quiero que se os quede grabada la palabrita, empero. Salmorejo. (Se recomienda leer el término silabeando, masticando las letras.)

Por otra parte, el personal es amable y el servicio, bastante rápido, incluso en las noches sofoconas de turismo apabullante. Las cañas, de las más caras, pero también rápidas. El pescado no merece la pena y, si hay un plato estrella, los filetitos de presa con salmorejo tienen cada una de las cinco puntas (nunca seis, que los judíos no comen cerdo). Sí, siempre es mejor más que menos.

Con un extraño regustillo a tomates con ajo, pan y pimiento, y a punto de preparar porra antequerana, se despide, por hoy,


luis r,
contador de cuentos con salmoraleja de Postre o café.











viernes, 23 de julio de 2010

Las tapas en Jerez. Segunda parte. ¿Dónde está el Nuevo Savarín?




En nuestro primer viaje a Jerez, empezamos por consultar información sobre esta ciudad. Por supuesto, nuestras consultas se orientaron, sobre todo, a la gastronomía económica aplicada: dónde y cómo comer sin acabar fregando los platos del restaurante. Entonces, como si fuéramos antropólogos alienígenas, descubrimos que lo interesante en Jerez son las tapas. Pensaréis que debíamos descubrirlas probándolas, pero dimos con una guía de bares de tapas de Jerez. Internet no tiene cura.

Entre otros bares jerezanos, llamó nuestra atención el Nuevo Savarín, en la plaza de Aníbal González, junto a la glorieta del Minotauro, al sur de la ciudad. Nos alojábamos en el hotel Sherry Park, en la avenida Alcalde Álvaro Domecq, al norte.

No conocíamos la zona conque, con Google maps por montera, tomamos al camino más corto: al sureste, pasando por la puerta de la plaza de toros, bajando la avenida de Nuestra Señora de la Paz hasta la glorieta del Minotauro, al lado de la plaza de Aníbal González. Dicho y hecho.

El camino empezó bien, por barrios de casas matas, pasando por la plaza de toros, más casas matas hasta llegar a la avenida de la Paz, con sus colmenas, zona industrial y calzada en plan circunvalación, pasando por tramos infranqueables en los que hay que cruzar por debajo de la vía principal. Sabemos que las rutas a pie de gmaps están en prueba, pero aquello fue cruel. Al final, tras varias discusiones sobre la exactitud de la ruta, llegamos a la plaza donde estaba el bar.

En otras incursiones, decidimos tomar calle Larga, por el mismo centro, y luego torcer a la izquierda por calle Medina, que llega directa a la glorieta. Más largo, pero sin lumpen, cinturón industrial ni catacumbas. De vicio.

Primera visita del ángel del Señor

Llegamos al Nuevo Savarín, que se encontraba en una plaza un poco encerrada entre varios edificios. Nos atendió un chico muy atento llamado Mariano, del que ya habíamos leído en Internet. Pedimos un par de cervezas y nos trajo también patatas aliñadas para acompañar, cortesía de la casa. Le preguntamos cuáles eran las especialidades y nos habló de los bastoncitos de berenjena, los monederitos de perdiz y el solomillo con salsa Savarín y con salsa al Pedron Ximén. Dicho y hecho.

Pedimos esas cuatro cositas y varias cervezas. Las salsas del solomillo eran muy mojables. Las berenjenas eran fritas, con salsa de soja y miel, pero presentadas con gracia y en bastones. Los monederitos, una especie de empanadillas con pasta fina frita, estaban de muerte. La cantidad, la calidad y la presentación fueron excelentes, y el precio, unos 16 euros, más bien tirado. Todo esto ha contribuido y contribuirá al mito. La otra parte es que el bar ha desaparecido.

Segunda visita del alacrángel San Grabiel (sic.)

La segunda vez, al final de este primer viaje a Jerez, no había sitio en la terraza de fuera, y decidimos probar un poco de todo, aparte de una ensalada de puerros cocidos y quicos. Brutal.

Hemos de decir que se les acabó la cerveza de barril. Un poco bastante imperdonable. La situación se agravó cuando pedimos una Alhambra Reserva, de éstas un poco tramposas que llevan maíz en la receta, como aprendimos en aquella impagable entrada del Filósofo cervecero, por consejo del amigo Mariano. Lo malo es que no estaba fría. Eso es ya excomunión, por supuesto.

En ese viaje, a pesar de la Alhambra 1925 caliente, el Nuevo Savarín consiguió una imagen ideal de la tapa barata, bien servida, abundante y rica en Jerez.

El misterio divino

En 2010, hemos vuelto a Jerez de la Frontera, buscando lo mismo, es decir, la playa de Valdelagrana, El Romerijo y, ahora, las tapas jerezanas y, claro, el Nuevo Savarín. La segunda noche de nuestro viaje de este año, bajamos calle Porvera (nos hospedamos en el Prestige Palmera Plaza, como ya sabéis), calle Larga, después calle Medina y, al llegar a la plaza de Aníbal González, nos encontramos con el bar cerrado y otro nombre (no recuerdo cuál) en la puerta. Volvimos al centro y comimos en La cruz blanca (ya hablaremos de eso) y, al día siguiente, intentamos recabar información en la red sobre lo que había pasado. Llamamos a varios teléfonos, fijos y móviles, que encontramos en Googlelandia. Nada. Algunos no existían, otros no cogían, en otros nos habíamos equivocado. Preguntamos a los de la recepción del hotel, pero no llegaron más allá. Decidimos que habrían cerrado.

En cuanto a los cotilleos, leímos en cierto blog que Mariano, el camarero, ya no andaba por allí, pero es que tampoco el bar andaba por allí. Quizá Mariano era el bar, y ahora defiende los bastoncitos y los monederitos en algún lugar de Jerez, de Londres o del espacio exterior. Si es así, que la Fuerza le acompañe.

No sabemos si recomendar este bar, porque no sabemos si existe. Por supuesto que sí lo hacemos. Si hemos perdonado una cerveza caliente, debe de ser bueno. Eso sí, si alguien lo encuentra, quizá pueda contratarlo. Y nos ponemos en plan Paco Lobatón. Nos pica la curiosidad. Sería como si vieran a Jimi Hendrix tocando en la calle Larios, o Larga.

Se despide, con la mente llena de incógnitas, buscando un membrillo,

luis r,
desorientado y desatado Mulder-Scully de Postre o café.










Las tapas en Jerez de la Frontera. Primera parte.




Ave, mascarpones drenados. Hoy empezamos una larga serie de artículos subjetivos sobre los bares de tapas de Jerez de la Frontera. Las tapas en Jerez son una institución, y tienen diferencias sutiles con las de otros lugares de Andalucía o del resto de España.

Por ejemplo, en muchos bares de Granada suelen ponerte algo de comer con cada bebida que pides. Es el único sitio donde hemos podido disfrutar de estas tapas aleatorias y gratuitas. En Almería, la tapa se paga aparte, y son abundantes las chistorras y otros productos de plancha, más o menos sofisticados. En Málaga, abundan los mostradores de tapas frías, que son como el gotelex del mundillo. Este tapeo es muy general. Es el mismo que he visto en El Raval, en Barcelona, y en miles de bares en cientos de barrios y pueblos de por aquí. El otro extremo está en los pintxos del País Vasco, casi siempre sobre una rebanada de pan, no muy abundantes, caros y sofisticados.

En agosto de 2009, pasamos una semana en Jerez de la Frontera. La verdad es que sabíamos muy poco de esta ciudad. Queríamos ir a El Puerto de Santa María. Somos adictos a la playa de Valdelagrana y a la marisquería El Romerijo, qué le vamos a hacer, y se da la circunstancia de que los hoteles de El Puerto son carísimos y, además, o coges el coche para ir desde el centro a la playa, o para ir de la playa al centro, donde está El Romerijo.

Así las cosas, puestos a conducir, no era mala idea alojarse en Jerez, donde los hoteles siguen costando unos 60 euros y hay una linda autovía. Antes de llegar siquiera a Jerez, consultamos varios blogs y nos enteramos, someramente, cómo va el negocio en Jerez.

El punto de vista de Jerez de la Frontera es parecido y diferente. Las tapas se pagan aparte, y suelen costar de 1.80 a 2.40 euros (estamos en el año 2010 de Nuestro Señor). Las cervezas, algo más de 1 euro. La cuestión está en las cantidades y, cómo no, en la calidad. Hay de todo: bares que sirven tapas innovadoras con ínfulas de alta cocina, bares con tapas tradicionales como la carrillada al oloroso, otros con montaditos de todo tipo, unos más marítimos y otros más del matadero. Hay donde la tapa prácticamente es un bocado, y donde es un cuarto de ración. Trampas para guiris con sillas de nea y sitios que aún no conocemos después de dos visitas, y otros que ni conoceremos tan fácilmente. No es el País de las Maravillas, pero está por ver si podremos tomarnos algún día una de dodo. Aquí, nada es imposible. Si acaso, impasable. Bienvenidos al mundo de la tapa jerezana.

Un lugar común de los bares de tapas es la caña. En Jerez, suelen poner la caña en vasos grandes que llenan hasta los dos tercios, de forma que el vaso adquiere pinta de chato de vino o de culín de sidra. Un enfoque interesante, comparando con el minivaso o con el siempre versátil y poligonero tubo. Lo que da de sí una cerveza, ¿verdad? Como siempre, bajo la supraestructura subyace la economía, dijo uno de los hermanos Marx (¿Marx tenía hermanos?) En los bares más turísticos, las cervezas llegan e incluso pasan el euro y medio. En los más razonables, poco más del euro. Es mejor tirar más cañas baratas que menos más caras, diría aquél. Casi nunca, al menos hasta ahora, los 2 euros. No hay que aceptar disparates.

En adelante, hablaremos de las tapas legendarias e innovadoras del Nuevo Savarín, de las temibles alcachofas de Juanito, las opíparas goriladas del Gorila, el salmorejo de La cruz blanca, los montaditos de La cañita, las croquetas de La cuadra, los tapazos del Mesón del asador y los microvasitos tapiles de El gallo azul, entre otras lindezas. Incluso nos atreveremos a hablar de lo que no conocemos y a saber de lo que no hablemos. Calle Larga arriba, calle Larga abajo, nos perderemos y reperderemos en la madriguera del oloroso (oso de olor curioso según Wikipedia), y probaremos su carrillada que, según cuentan, lleva la zanahoria del conejo blanco y un vino del mismo nombre que el susodicho oso.

No queremos adelantar mucho más, pero prometemos dar a cada cual según sus necesidades y al César, lo que es del César. Mañana, el misterio del Nuevo Savarín.

Con mucha bazofia debajo de la alfombra y pajarracos en la chistera, se despide, por poco tiempo,

luis r,
sombrerero loco de hambre y de lengua bífida de Postre o café.












jueves, 22 de julio de 2010

El Romerijo, El Puerto de Santa María, Cádiz




Salud, camaradas, camareros y camarones. Bienvenidos al sancta sanctórum del marisco, a la rue del Percebe, a la mayor fuente natural de colesterol de la provincia de Cádiz y a la principal atracción del casco antiguo de El Puerto de Santa María, con perdón de otros templos más sagrados, aunque también menos divinos (todo hay que decirlo). 
Con varias terrazas propias y muchos bares aledaños que permiten consumir sus productos, El Romerijo es un cocedero de marisco situado en la plaza de la Herrería de El Puerto. También tiene otros establecimientos camino de la playa de Valdelagrana (otra Meca, entre tantas). No obstante, el que conocemos, respetamos y hemos visitado en múltiples viajes a la provincia sigue en esta plaza.


Para llegar en coche, hay que girar a la derecha en última rotonda de El Puerto antes del puente sobre el Guadalete y entrar en el centro. Si bien el parking de pago de calle Curva está a un paso del cocedero, en días tranquilos es recomendable seguir la calle, torcer a la derecha por la calle Virgen de los Milagros y aparcar en alguna de las paralelas a ésta, calle Cielo o calle Albareda, un poco más lejos, pero gratis. No siempre se puede, pero de vez en cuando conviene relajarse y no pensar en el parquímetro.


El cocedero 

El sistema es sencillo, y ya entramos en harina. Hay un mostrador con marisco cocido, como el de una carnicería con turno numerado, donde los comensales piden el marisco al peso, que meten en cartuchos. Después de pagar, uno se lleva el botín a las mesas de alguna de las terrazas, a los bares donde hay carteles que permiten el consumo de productos romerijos, a su casa, hotel o ciénaga (también lo preparan para viaje si es preciso). Las mesas suelen estar abarrotadas en horas punta, así que conviene coger una como puedas antes de pedir o, mejor aún, evitar esas horas y así no verse rodeado de una corte de buitres mientras uno come esos bichos tan difíciles de comer (actividad poco edificante para el observador y menos decorosa para el observado). 

Aquí debemos hacer un poco de historia. La primera vez que visitamos El Puerto, hace unos años, había varios cartuchos de marisco variados (más o menos a 15 euros) en carteles a la vista de los clientes en el cocedero. Ahora, algunos de ellos han desaparecido y otros quedan en la carta de las terrazas. Eso sí, desde aquellos días, el tamaño de las mariscadas Guadalete o Guachi ha disminuido algunos enteros. O a lo mejor padecemos gigantismo, o micropsia. Conjeturas aparte, ahora no merecen tanto la pena. Hay también mariscadas para dos personas (unos 25 euros), y mariscadas en plan brutal de unos 60 euros. 

En cuanto a monstruos con exoesqueleto al peso, hay precios para todos los gustos. Evidentemente, lo bueno se paga. Hay langostinos africanos a 5 euros el cuarto y langostinos tigre a 7 euros el cuarto, pero los langostinos de Sanlúcar cuestan unos 18 el cuarto (otra vez, niña, lo barato sale caro). En cuanto al percebe, lo hay gallego a 14 euros el cuarto (merece la pena), y marroquí un poco más barato. Los camarones son muy interesantes. Por 2 euros te puedes comer 100 gramos, peso que abarca una miríada de pequeñas vidas. Para mi gusto, mejores que los langostinos, las gambas y las quisquillas juntas, aunque cansan un poco más (la vida sigue tan dura...) Hay, cómo no, bogavantes, langostas, nécoras, centollos, patas chicas, bocas chicas, cañaíllas, quisquillas, gambas (también de todos los precios) y toda la corte de crustáceos habida y por haber. 


Para neófitos, se recomienda, aún con el efecto menguante, pedir una de las mariscadas variadas, para otro día elegir lo que más apetezca. Para colesteroleros avezados, ya sabéis lo que queréis, así que, como dijo Iggy, buscad y destruid.


Como ejemplo, os dejo la nota de la última vez que nos dejamos seducir, y de qué manera, por los artrópodos de agua salada. Decidimos darnos un pequeño homenaje de despedida de tierras gaditanas, conque compramos productos locales, algunos un poco caros. Ahora que los hemos digerido, incluso con cierto empacho, los echamos de menos. Por si no se ve (no estaba muy claro el original, y el escáner no es lo nuestro), un cuarto de percebe gallego a 14 euros, 100 gramos de camarón a 2.20, dos patas chicas a 4.44, 100 gramos de quisquillas a 7.80 y un cuarto de langostinos de Sanlúcar a 18 euros. En total, 46.44 euros, pero hacedme caso: fue una bacanal muy bruta. Luego la sufrimos en el viaje de regreso a Málaga. Sarna con gusto...

La freiduría

En la misma plaza, justo enfrente del cocedero, los amigos de Romero G. Hijo tienen una freiduría de pescado. Para los de fuera de Andalucía, hay que explicar el mito del pescaíto frito. En Málaga, desde donde escribimos Postre o café, el pescaíto frito es bueno y barato. No sé cómo lo hacen en los chiringuitos, pero nosotros no hemos conseguido nunca darle el punto en casa. Así que, la primera vez que visitamos El Romerijo, pedimos algún cartucho de pescado. Demasiada harina, y prácticamente quemado, amén de aceitoso. No es por ser chovinista, pero no merece la pena, lo mismo que no merece la pena venir a Málaga a comer marisco (aquí forma parte del universo lujoso). 

En Cádiz, es muy recomendable el choco (calamar) a la plancha, el atún de almadraba o el marisco, claro, a granel y a precios asumibles. Sin embargo, en algo tan mundano como el pescaíto frito, es mejor ir a lugares tan mundanos como Málaga, así que decantarse por el cocedero es una decisión sabia. Otra cosa es querer comer bife con chimichurri en Mongolia Exterior, o sushi de huevas de salmón en Guinea Ecuatorial. El rollo excéntrico está bien, pero no hay que jugar con la comida. ¿O era ciento volando?

Las terrazas


Aquí debemos ser inflexibles. El precio de las bebidas en las terrazas y bares asociados es abusivo. No es estratosférico, pero tampoco razonable. Muy por encima de la media de la provincia. La cerveza cuesta 2.15 euros y el tinto de verano, 2.25 euros. Casi a precio de festival. A su favor hay que decir que la cerveza viene fría, y la traen en jarra, conque uno no la calienta con los dedos (somos así de enrollados).


En las terrazas también sirven marisco a la plancha, y las mariscadas del cocedero en bandeja en vez de cartucho. Nunca hemos pedido ninguna de esas cosas, pero hemos visto a otros hacerlo a gusto. 


Dejamos también esta vez un ejemplo de la última vez que visitamos la terraza La Guachi (junto al cocedero). Cerveza sin alcohol para el conductor (la vida pega donde más duele TT) y tinto de verano para el copiloto, así como salsa rosa para alguien que sólo come artrópodos marinos cuando está en El Puerto. Bebidas por 9.60 euros. Teniendo en cuenta la suma anterior, el total asciende a 56.04 euros. Aún habiendo pedido al peso y a discreción, sigue siendo un precio interesante si lo comparamos con los de las marisquerías de por aquí, en las que a lo mejor tienes que dejar a tu mascota o a tus churumbeles de prenda.

El personal


Todas las veces que hemos ido por el Romerijo, nos hemos encontrado un personal amable y atento, muy al uso de la gente de la provincia de Cádiz. Además, es rápido. Hay que tener en cuenta que, a veces, las terrazas están como el metro de Tokio en hora punta, conque, o tiras la caña tú mismo, o esperas un minuto mientras tiras de gambas. Esta vida sigue siendo un valle de lágrimas.


Terminamos diciendo que recomendamos, por supuesto, este lugar a cualquiera que visite El Puerto y no sea vegetariano, a pesar del precio de la bebida. Es lo mismo que el Vaporcito o que el cine del colegio de San Luis Gonzaga. Hay que verlo, o comérselo. 


Vuelto del revés como el pulpo Paul para que podáis ver lo que he comido, me despido deseándoos buen provecho. Comed esto en conmemoración mía.


luis r,
gran gourmet de órganos guisados de gambas guepardo y langostinos al grill.













miércoles, 21 de julio de 2010

Hotel Prestige Palmera Plaza, Jerez de la Frontera




Nos alojamos en este hotel de Jerez de la Frontera durante siete noches en julio de 2010, con la sana intención de usarlo como base de operaciones para hacer las convenientes abluciones en las playas de El Puerto de Santa María, debilidad de la casa.

En primer lugar, nos llamó la atención el precio, especialmente para un hotel de cinco estrellas. El precio de la noche en Trivago rondó los 55 euros (para los más anárquicos, conviene muy mucho reservar con antelación o sube sensiblemente), conque era una oferta que no podíamos rechazar. Consultamos las críticas en TripAdvisor, que le da el cuarto puesto entre los hoteles de Jerez, lo que nos dio el último empujón. Además, contaba con piscina, parking gratuito (más necesario que el aire acondicionado), wifi para los enjutos mojamutos, sauna para los yurupukianos, jacuzzi para los que van de Hugh Hefner por la vida, y gimnasio para los metrosexuales de una semana, entre otras comodidades.

Tras la transacción, leímos la funesta crítica de El Viajero, aunque, teniendo en cuenta lo repijos que son nuestros amigos de El País (la de bares, rincones y restaurantes que nos habríamos perdido si usáramos sus guías para algo más que para ver bonitas ilustraciones), la obviamos alegremente.

El hotel se encuentra muy cerca de calle Porvera, y llegas en diez minutos a pie al centro de Jerez, si es lo que te interesa. Está en calle Pizarro, cerca de las bodegas Sandeman, en la misma manzana que el Palacio del tiempo, y también muy cerca de la Real escuela de arte ecuestre. Es fácil de llegar siguiendo las indicaciones de los mapas de Google el Todopoderoso, incluso para nosotros.

Hasta aquí los datos abstractos. Es hora de cobrar la pieza.

El parking
 

Llegamos al hotel pasado el mediodía (para ciertas personas, la primera es la una). Subimos con el coche por la avenida Duque de Abrantes, que acaba en una pequeña rotonda desde la que se ve el hotel, con pinta de bodega transformada en hacienda de película de Peckinpah.

Vimos una entrada al parking subterráneo. Entrar en él es difícil, y salir, muy imposible. Se da la circunstancia de que la rotondita en cuestión está regulada por semáforos (siempre hay grandes colas y la gente acelera cuando va a ponerse en rojo). Además, la visibilidad desde la salida del aparcamiento es nula y no hay espejo enfrente, conque te la juegas cada vez que sales de allí. Aparcamos y dos hechos llamaron nuestra atención. En primer lugar, estaba vacío y, en segundo lugar, salir del coche era inundar los pulmones de un nauseabundo y reconocible problema de cañerías. Recordamos que una de las críticas del hotel hablaba de ese olor en la habitación 414. Quizás habían conseguido arrinconarlo en las catacumbas.
 

Subimos las maletas en ascensor a la recepción del hotel, que se encuentra sobre el parking. Le dimos la reserva, pagada ya, a la recepcionista, que nos dio un par de sorpresas más. Cuando terminamos con los trámites de la reserva y le dimos el DNI, nos preguntó si sabíamos lo del parking. Le dijimos que sí, que habíamos aparcado bajo el hotel, pero nos respondió que costaba 12 euros al día. En principio, pensamos en sacar el coche a la calle, pero le comentamos que habíamos elegido el hotel porque tenía aparcamiento gratuito para los clientes. Tuvo que llamar al encargado, que dijo que quizá no lo hubieran cambiado en la web y que, en definitiva, podíamos aparcar sin pagar casi 100 euros más por los ocho días. Supongo que, a partir de ahora, quieren cobrarlo, conque es mejor llamar para asegurarse antes de reservar.

Internet

Es requisito indispensable para cualquier hotel que los huéspedes puedan disfrutar de sus adicciones en privado, tumbados en la cama o sentados en el bidé. Dicho esto, seguimos con nuestra segunda sorpresa. Le preguntamos a la recepcionista por la clave de la conexión wifi de la habitación. Dicho y hecho. Ella sacó un cable Ethernet de medio metro y nos dijo que la conexión tenía que ser por cable y que sí que hay un punto wifi en la recepción. Supongo que volvimos a leer mal. Bueno, qué se le va a hacer. Llevábamos, como es natural, dos ordenadores portátiles (uno por persona), conque debíamos recibir nuestra dosis de 2.0 por turnos. Con eso tampoco contábamos, por supuesto. Si no, habríamos llevado un solo ordenador (medio por persona). Sin embargo, íbamos a Jerez por la playa y las tapas, no para bucear, como siempre, en nuestros MacBooks

La habitación 


Una vez obtenido el cable Ethernet de medio metro, salimos del edificio de la recepción y nos enfrentamos a las calores de Jerez a las tres de la tarde andando por el patio bodeguero hasta el módulo de las habitaciones. Al otro lado de este edificio, pudimos ver la piscina, que estaba muy tranquila. No parecía haber mucha gente en el hotel. Por los pasillos, y luego en la habitación, muchos cuadros de toreros y toros con un deje abstracto naïf que estaban, para sorpresa del observador, a la venta.

Subimos a la nuestra y entramos. La habitación era espaciosa, con un baño a la entrada, con espacio para la ducha contiguo a la bañera, y con bidé. Un baño muy completo, aunque se echa de menos la ducha con chorros laterales de hidromasaje que todos ansiamos en algún momento de la vida.
 

La estancia principal, tras un armario empotrado con espacio, digamos, suficiente, era amplia, con un mueble para la televisión bastante anticuado (la tele estña dentro de un armario), con el minibar en su interior. El minibar, como sabemos, es una nevera, que genera calor, conque el mueble alcanza temperaturas considerables. Lo interesante es que la neverita estaba medio vacía. Somos de los que compramos en el supermercado agua y todo tipo de enseres para enfriar en el minibar, conque no tener que vaciarlo es siempre una buena noticia. Retomaremos este tema más adelante.

Los primeros días tuvimos un pequeño problema de hormigas, sobre todo en el baño. Parece que se dieron cuenta y lo solucionaron. Puede ser que la habitación estuviera un tiempo en desuso y los pequeños artrópodos hubieran hecho su casa okupa. Lo siento un poco por ellos, pero es lo que tiene estar en la cúspide de la cadena alimentaria.

La conexión a Internet funcionaba, aunque había que ocupar la silla del escritorio para navegar. Un poco ortopédico, pero menos da un cíber.

El carrito de los helados

Mención especial merece el carrito. Dormimos a pierna suelta la primera noche, tras hacer las abluciones pertinentes en la playa de Valdelagrana en El Puerto de Santa María y echar luego unas tapas en el centro de Jerez (la vida es dura). Cuando nos despertamos, oímos ruidos extraños que venían de la puerta. Alguien llamaba, y pedía permiso para pasar. Desconcertados, le dijimos que no podía pasar, claro. Parece que no se enteró e intentó abrir la puerta, diciendo que iba a reponer el minibar. Menos mal que habíamos echado el pestillo (no contaban con mi astucia). 

No sé qué tipo retorcido de gerente da órdenes para que repongan las bebidas de buena mañana y con los huéspedes en la habitación, por si alguien no puede vivir sin un quinto de cerveza a esas horas y además es sordomudo y no puede llamar a recepción. O a lo mejor la empleada del carrito es díscola y gusta de explorar la intimidad de los clientes. O es un carrito pirata con bebidas de estraperlo. Pero bueno, moraleja al canto. Hay que usar el cartel de "No molestar". Soy un poco reticente a ese cartel, y creo que se sobreentiende que la presencia de personas en la habitación de un hotel es inversamente proporcional a la posibilidad de abrir la puerta de la habitación. Entonces, el pestillo y el cartel. Muy importante.

La piscina

Tras el edificio de las habitaciones se encuentra una pequeña piscina al lado de un pequeño bar con hamacas, césped y un extraño mural acuático en uno de los lados. Un bosquecillo de bambú y alguna palmera completan la estampa. El rumor de las gallinas hace de hilo musical (cerca del hotel debe de haber algo tan exótico como un corral). Hay toallas junto a la entrada, aunque un letrero pide, de manera misteriosa, que hay que solicitarlas en recepción. Las duchas andan un poco escondidas, conque es fácil de olvidar las obligaciones.

El personal

Los recepcionistas y el encargado estuvieron, eso sí, siempre a nuestra disposición. Intentaron resolver, sin éxito alguno, las difíciles cuestiones que les planteamos sobre la desaparición del restaurante El nuevo Savarín que no habíamos podido dilucidar a través de Internet y sobre dónde podíamos adquirir vinos de cierta bodega de Sanlúcar sin salir de Jerez. No obstante, y aunque el infierno está lleno de buenas intenciones, se esforzaron, así que tienen un gallifante.

En resumen, nuestra estancia transcurrió apaciblemente, aparte de los pequeños avatares aquí relatados, y se nos hizo, para qué contar, cortísima. Un lugar recomendable si a uno le interesa un hotel de tres a cuatro estrellas con precio de tres y el plus de estar obligado a aparentar cinco. Eso es, en nuestro caso, nada menos que la perfección. Para otros puede ser un tipo de purgatorio. Ergo, a cada uno, según sus necesidades.

Con pocos secretos, como de aquí en adelante, se despide haciendo reverencias con su cara de inocencia,

luis r,
huésped oficial de la hostería más hospitalaria de Postre o café.