viernes, 20 de agosto de 2010

Las tapas en Jerez. Séptimo de caballería montadita. La cañita




La cañita es el único lugar de Jerez al que hemos vuelto una y otra vez. De hecho, es el comodín de la llamada en momentos en los que no podemos ni queremos comernos el coco y nos apetece ir, sencillamente, al bar de siempre, con las cañas en su punto, precios muy competitivos y tapas sin pretensiones, abundantes y, sobre todo, sabrosas. Aparte de topicazos, La cañita fue una de las primeras tascas que nos alimentaron allá por 2009, en la primera venida de los insaciables comensales a Jerez.

Fuera del circuito monumental del centro, pero en una calle muy céntrica, en el número once de Porvera para más señas, nos espera La cañita. Cuando hemos viajado a la ciudad legendaria nos ha pillado de paso y, siguiendo el consejo de algún que otro bloguero, siempre nos ha apetecido entrar. Incluso después de comer, como hemos comentado en alguna ocasión. Pero ésa, como dijo aquél, es otra historia. Vamos al ajo, blanco, claro.

La terraza

La cañita consta de una terraza, donde hemos parado todas y cada una de las veces que lo hemos frecuentado, y del propio local, donde nunca nos hemos sentado. El verano obliga, claro. La terraza consta de unas cinco mesas que suelen estar ocupadas en horas punta por personajes de todo tipo, tanto autóctonos como foráneos, en versión familiar, joven, parejuda, tempranillo o garnacha. La terraza, en agosto de 2009, la atendía un camarero muy amable, y en julio de 2010, una camarera igualmente amable. En velocidad, nada mal. Tengamos en cuenta que tiene pocas mesas y es un sitio tranquilo, incluso si está lleno. No hay, entonces, que preocuparse por el calentamiento de la caña, que ya os veo las ideas, paladines de la cerveza helada.

La cañita

Las cañas se sirven en vasos pequeños y llenos, bastante frío el continente y el contenido, en su justa medida de espuma y de cuerpo, a un precio que ronda el euro y poco. Aquí llamamos a esas cañas ideóneas. La aceleración, nueve coma ocho metros por segundo al cuadrado, siempre inversamente proporcional al número de mesas llenas multiplicado por los comensales, entre diez. Para los que somos de letras, muy aceleradas, espídicas dicen los más locuelos. Comentan por aquí que los tintos con limón andan fetenes, conque los exóticos no tienen de qué preocuparse. A poco más de la moneda de curso legal, de manera que son el triunfo de la voluntad.

Los montaditos en remojo

En este bar, la estrella es el montadito, que ronda los dos euros, según el contenido. Vive Dios que hay variedad, como para perderse. Fríos, calientes, locunos, tradicionales, cárnicos, marítimos, con salsa, secos... Hay para casi todos los gustos (el pan tiene que estar entre ellos, si no, a otra tapa).

El tamaño de los bocadillos es medio, tirando a alto. No llega al pitufo que comemos en Málaga, pero se le acerca peligrosamente. En otros locales donde hemos probado la tapa panadera nos hemos comido cinco sin enterarnos. Tragar cinco montaditos aquí no es apto para estómagos delicados. 

Destacan, para nuestro gusto, los que incluyen el salmorejo (el que nos conoce, lo sabe). También hemos de hacer mención a los de palometa ahumada, a la chistorra, al típico de carne mechada y al jamón con salmorejo (ya sé que me repito como un pimiento). Mención aparte para el surtido de montaditos, por dieciséis euros, de diez unidades al azahar (sic.) La suerte está echada. No obstante, si sólo hay dos bocas, resulta excesivo. La última vez tomamos el surtido entre dos y nos iban a salir los bocatas por las orejas. Nos los comimos para la honra del gourmet que llevamos dentro y el descenso a los infiernos de ciertos estómagos, también en nuestro interior.

Otros manjares

La guía del comedor de Postre o café pasa por tomar algún montadito, acompañado de otras tapas. No falta la ensaladilla, el salmorejo, las tortillas de camarones, tapas similares al contenido de los bocadillos, calientes, frías, raciones, medias y enteras, de pescado frito... Interesantes, para nuestro gusto, las tortillitas de camarones, que probamos en alguna ocasión. También sirven platos combinados, como el aneto (curioso nombre del que nunca me acuerdo para un filete empanado relleno de queso) con patatas. Por ahí hablan de los postres, pero no solemos pedir postre, ni café, a no ser que sí los pidamos. 

En todo caso, todo aquello que hemos tomado en esta cervecería ha sido, lo que no es muy fácil (daréis fe), de nuestro agrado, muy muy correcto en cantidad y calidad. Otra cosa es que uno busque sofisticación, pero estamos en el bar La cañita de Jerez, no en Le Cigare Volant de Seattle.

El personal, como decíamos, es muy amable y rápido, y admite dudas sobre la naturaleza del aneto (creíamos que era un combinado) y de cualquier montadito, tapa o cuestión de la carta o de la naturaleza del pincho de tortilla. Siendo justos, les daremos un siete, por eso de que es un servicio de pago. Mejor un ocho y medio, como Fellini.

Apuesta segura, paso obligado, no pasar de largo, gasten su dinero. Paro, que parezco el dueño malaguita de La cañita. Prefiero, sin embargo, que creáis algo así a que comáis la bazofia que hay preparada en la octava entrega de esta serie sobre tapas en la ciudad acapitalada. Nos vemos, montaditos en un caballito poni.


luis r,
cabo de cabello ralo de la caballería acabada, por supuesto, en nata montadita, de Postre o café.










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