sábado, 24 de julio de 2010

Las tapas en Jerez. Tercera fase. La cruz blanca




Seguimos donde nos quedamos en la entrada anterior. De vuelta al centro de Jerez, calle Medina por bandera y las once de la noche pasadas, nos encontrábamos en una situación que no parecía traer nada bueno. Entonces, nos acordamos de un bar que habíamos visitado hacía un año con resultados aceptables, y con una cola que parecía la de Studio 54, conque un martes de julio a las once y cuarto podría servirnos de algo. No nos acordábamos del nombre de la calle, pero debía de estar en una de las plazitas al oeste de calle Larga. Varias vueltas por la plaza del Progreso, Plateros y calle Consistorio, donde al fin dimos con La cruz blanca, paradigma de bar turístico, un poco caro, pero con cierta calidad, en la esquina de esta calle con la plaza de la Yerba.

Peregrinaje primigenio de los primos a La cruz blanca. El matadero

Cogemos del DeLorean y retrocedemos hasta agosto de 2009. Entonces, un poco más y un poco menos perdidos que ahora (nuestro bar favorito aún estaba en coordenadas espaciotemporales cercanas a nuestra galaxia), deambulábamos por las abarrotadas plazas del centro, un poco hambrientos después de la playa, buscando el comercio interior y la cinemática bigotera. La vida seguía durísima. Habíamos leído sobre La cruz blanca en algunos blogs. Lo veíamos demasiado trampa para seres con sandalias y calcetines blancos, pero ya habíamos quemado casi todos los cartuchos y emprendimos una huida hacia adelante para no tener que repetir tasca.

Estaba hasta la bandera. Esperamos un rato sentados en la plazita, hasta decidirnos a seguir la espera con unas cañas en la barra. Tras media hora de cháchara en lo que parecía la barra libre de una fiesta adolescente de fin de año, vino la encargada a darnos mesa. Nos sentamos fuera, y seguimos con las cañas. De la carta, no nos llamaron mucho la atención las tapas y, ya os digo, íbamos con hambre. Pedimos entrecot de ternera poco hecho (:3) y filetitos de presa ibérica con salmorejo (que se llama porra por estos lares).

El entrecot estaba bueno, pero los filetitos de presa se llevaban la palma. El toque que les da el salmorejo los hacen superiores incluso a la ternera (siento que a la isla no le gusta que diga tal cosa). No sabemos cuál es la clave del salmorejo en este restaurante. Nos aventuramos a lanzar rumores. Algo tan simple como el punto de sal y vinagre está ajustado al milímetro, o más bien un poco al alza, y eso hace al plato salvar de manera notable a este restaurante, por otra parte, uno de los más caros en su categoría, y un poco del mundo guiri, diríamos. Volvimos al hotel satisfechos y con los bolsillos más finos, y dormimos como morsas rellenas. Los platos costaban de 15 a 20 euros, con las cañas, supongo que entre 40 y 50.

Vuelta de las vacas locas voladoras. El bacalao de la vida

Volvemos a la noche funesta en la que se nos perdió el Nuevo Savarín. Después de varias vueltas por la madriguera de calles al oeste de calle Larga, volvimos a encontrar la plaza de la Yerba casi por casualidad, y a vueltas con La cruz blanca, Jerez de jereces del salmorejo. Esta vez no estuvimos tan finos. Pedimos bacalao con algarabía de ibéricos y rape con pesto y berenjenas.

El bacalao venía frito y con una salsa de queso y jamón serrano, y el rape llevaba verduras y berenjenas. Ambos bastante sosos y el rape, correoso. Lo curioso es que el sabor del pesto no pegaba ni con cola y, para colmo, como salsa no valía gran cosa. Quizá lo único que le faltaba era sal y, bueno, un poco más de cantidad para notar que llevaba el interesante mejunje de albahaca. Toda una tundra gastronómica.

En cuanto a los precios, de 16 a 18 euros el plato. Bebimos cerveza y tinto de verano. Lo único que salvó la pitanza fue media ración de boquerones en vinagre que pedimos en medio del espejismo de bacalao y rape, eso sí, con salmorejo (un poco más de 6 euros). Llevaba unas rebanadas de pan tostado crujientes maravillosas. Como recordábamos, el punto del salmorejo era excelente. Y claro, con esa excelencia nos quedamos. Lo demás, caro, insulso e irrelevante. Tanto como llevar el Financial Times a una rave.

Agitar antes de usar

La cruz blanca es un restaurante. Poco tiene de bar de tapas o, al menos, no muchas tapas llaman la atención. Tienen platos y raciones, muy caros, y medias raciones caras. Para usar correctamente esta tasca con terraza, uno debe ir provisto de mentalidad de restaurante y ganas de gastar. Nosotros, en esa tesitura, recomendaríamos sitios como el Mesón del asador, aunque ésa es otra historia. Sin embargo, París bien vale una misa y el salmorejo merece la pena. Una técnica ninja puede ser tomarse unas cervezas con una tapa de salmorejo, o los boquerones en vinagre con salmorejo o, para los opíparos con ganas de gastar, los filetitos de presa con salmorejo. Creo que debería usar más sinónimos en esta entrada. Quiero que se os quede grabada la palabrita, empero. Salmorejo. (Se recomienda leer el término silabeando, masticando las letras.)

Por otra parte, el personal es amable y el servicio, bastante rápido, incluso en las noches sofoconas de turismo apabullante. Las cañas, de las más caras, pero también rápidas. El pescado no merece la pena y, si hay un plato estrella, los filetitos de presa con salmorejo tienen cada una de las cinco puntas (nunca seis, que los judíos no comen cerdo). Sí, siempre es mejor más que menos.

Con un extraño regustillo a tomates con ajo, pan y pimiento, y a punto de preparar porra antequerana, se despide, por hoy,


luis r,
contador de cuentos con salmoraleja de Postre o café.










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