miércoles, 21 de julio de 2010

Hotel Prestige Palmera Plaza, Jerez de la Frontera




Nos alojamos en este hotel de Jerez de la Frontera durante siete noches en julio de 2010, con la sana intención de usarlo como base de operaciones para hacer las convenientes abluciones en las playas de El Puerto de Santa María, debilidad de la casa.

En primer lugar, nos llamó la atención el precio, especialmente para un hotel de cinco estrellas. El precio de la noche en Trivago rondó los 55 euros (para los más anárquicos, conviene muy mucho reservar con antelación o sube sensiblemente), conque era una oferta que no podíamos rechazar. Consultamos las críticas en TripAdvisor, que le da el cuarto puesto entre los hoteles de Jerez, lo que nos dio el último empujón. Además, contaba con piscina, parking gratuito (más necesario que el aire acondicionado), wifi para los enjutos mojamutos, sauna para los yurupukianos, jacuzzi para los que van de Hugh Hefner por la vida, y gimnasio para los metrosexuales de una semana, entre otras comodidades.

Tras la transacción, leímos la funesta crítica de El Viajero, aunque, teniendo en cuenta lo repijos que son nuestros amigos de El País (la de bares, rincones y restaurantes que nos habríamos perdido si usáramos sus guías para algo más que para ver bonitas ilustraciones), la obviamos alegremente.

El hotel se encuentra muy cerca de calle Porvera, y llegas en diez minutos a pie al centro de Jerez, si es lo que te interesa. Está en calle Pizarro, cerca de las bodegas Sandeman, en la misma manzana que el Palacio del tiempo, y también muy cerca de la Real escuela de arte ecuestre. Es fácil de llegar siguiendo las indicaciones de los mapas de Google el Todopoderoso, incluso para nosotros.

Hasta aquí los datos abstractos. Es hora de cobrar la pieza.

El parking
 

Llegamos al hotel pasado el mediodía (para ciertas personas, la primera es la una). Subimos con el coche por la avenida Duque de Abrantes, que acaba en una pequeña rotonda desde la que se ve el hotel, con pinta de bodega transformada en hacienda de película de Peckinpah.

Vimos una entrada al parking subterráneo. Entrar en él es difícil, y salir, muy imposible. Se da la circunstancia de que la rotondita en cuestión está regulada por semáforos (siempre hay grandes colas y la gente acelera cuando va a ponerse en rojo). Además, la visibilidad desde la salida del aparcamiento es nula y no hay espejo enfrente, conque te la juegas cada vez que sales de allí. Aparcamos y dos hechos llamaron nuestra atención. En primer lugar, estaba vacío y, en segundo lugar, salir del coche era inundar los pulmones de un nauseabundo y reconocible problema de cañerías. Recordamos que una de las críticas del hotel hablaba de ese olor en la habitación 414. Quizás habían conseguido arrinconarlo en las catacumbas.
 

Subimos las maletas en ascensor a la recepción del hotel, que se encuentra sobre el parking. Le dimos la reserva, pagada ya, a la recepcionista, que nos dio un par de sorpresas más. Cuando terminamos con los trámites de la reserva y le dimos el DNI, nos preguntó si sabíamos lo del parking. Le dijimos que sí, que habíamos aparcado bajo el hotel, pero nos respondió que costaba 12 euros al día. En principio, pensamos en sacar el coche a la calle, pero le comentamos que habíamos elegido el hotel porque tenía aparcamiento gratuito para los clientes. Tuvo que llamar al encargado, que dijo que quizá no lo hubieran cambiado en la web y que, en definitiva, podíamos aparcar sin pagar casi 100 euros más por los ocho días. Supongo que, a partir de ahora, quieren cobrarlo, conque es mejor llamar para asegurarse antes de reservar.

Internet

Es requisito indispensable para cualquier hotel que los huéspedes puedan disfrutar de sus adicciones en privado, tumbados en la cama o sentados en el bidé. Dicho esto, seguimos con nuestra segunda sorpresa. Le preguntamos a la recepcionista por la clave de la conexión wifi de la habitación. Dicho y hecho. Ella sacó un cable Ethernet de medio metro y nos dijo que la conexión tenía que ser por cable y que sí que hay un punto wifi en la recepción. Supongo que volvimos a leer mal. Bueno, qué se le va a hacer. Llevábamos, como es natural, dos ordenadores portátiles (uno por persona), conque debíamos recibir nuestra dosis de 2.0 por turnos. Con eso tampoco contábamos, por supuesto. Si no, habríamos llevado un solo ordenador (medio por persona). Sin embargo, íbamos a Jerez por la playa y las tapas, no para bucear, como siempre, en nuestros MacBooks

La habitación 


Una vez obtenido el cable Ethernet de medio metro, salimos del edificio de la recepción y nos enfrentamos a las calores de Jerez a las tres de la tarde andando por el patio bodeguero hasta el módulo de las habitaciones. Al otro lado de este edificio, pudimos ver la piscina, que estaba muy tranquila. No parecía haber mucha gente en el hotel. Por los pasillos, y luego en la habitación, muchos cuadros de toreros y toros con un deje abstracto naïf que estaban, para sorpresa del observador, a la venta.

Subimos a la nuestra y entramos. La habitación era espaciosa, con un baño a la entrada, con espacio para la ducha contiguo a la bañera, y con bidé. Un baño muy completo, aunque se echa de menos la ducha con chorros laterales de hidromasaje que todos ansiamos en algún momento de la vida.
 

La estancia principal, tras un armario empotrado con espacio, digamos, suficiente, era amplia, con un mueble para la televisión bastante anticuado (la tele estña dentro de un armario), con el minibar en su interior. El minibar, como sabemos, es una nevera, que genera calor, conque el mueble alcanza temperaturas considerables. Lo interesante es que la neverita estaba medio vacía. Somos de los que compramos en el supermercado agua y todo tipo de enseres para enfriar en el minibar, conque no tener que vaciarlo es siempre una buena noticia. Retomaremos este tema más adelante.

Los primeros días tuvimos un pequeño problema de hormigas, sobre todo en el baño. Parece que se dieron cuenta y lo solucionaron. Puede ser que la habitación estuviera un tiempo en desuso y los pequeños artrópodos hubieran hecho su casa okupa. Lo siento un poco por ellos, pero es lo que tiene estar en la cúspide de la cadena alimentaria.

La conexión a Internet funcionaba, aunque había que ocupar la silla del escritorio para navegar. Un poco ortopédico, pero menos da un cíber.

El carrito de los helados

Mención especial merece el carrito. Dormimos a pierna suelta la primera noche, tras hacer las abluciones pertinentes en la playa de Valdelagrana en El Puerto de Santa María y echar luego unas tapas en el centro de Jerez (la vida es dura). Cuando nos despertamos, oímos ruidos extraños que venían de la puerta. Alguien llamaba, y pedía permiso para pasar. Desconcertados, le dijimos que no podía pasar, claro. Parece que no se enteró e intentó abrir la puerta, diciendo que iba a reponer el minibar. Menos mal que habíamos echado el pestillo (no contaban con mi astucia). 

No sé qué tipo retorcido de gerente da órdenes para que repongan las bebidas de buena mañana y con los huéspedes en la habitación, por si alguien no puede vivir sin un quinto de cerveza a esas horas y además es sordomudo y no puede llamar a recepción. O a lo mejor la empleada del carrito es díscola y gusta de explorar la intimidad de los clientes. O es un carrito pirata con bebidas de estraperlo. Pero bueno, moraleja al canto. Hay que usar el cartel de "No molestar". Soy un poco reticente a ese cartel, y creo que se sobreentiende que la presencia de personas en la habitación de un hotel es inversamente proporcional a la posibilidad de abrir la puerta de la habitación. Entonces, el pestillo y el cartel. Muy importante.

La piscina

Tras el edificio de las habitaciones se encuentra una pequeña piscina al lado de un pequeño bar con hamacas, césped y un extraño mural acuático en uno de los lados. Un bosquecillo de bambú y alguna palmera completan la estampa. El rumor de las gallinas hace de hilo musical (cerca del hotel debe de haber algo tan exótico como un corral). Hay toallas junto a la entrada, aunque un letrero pide, de manera misteriosa, que hay que solicitarlas en recepción. Las duchas andan un poco escondidas, conque es fácil de olvidar las obligaciones.

El personal

Los recepcionistas y el encargado estuvieron, eso sí, siempre a nuestra disposición. Intentaron resolver, sin éxito alguno, las difíciles cuestiones que les planteamos sobre la desaparición del restaurante El nuevo Savarín que no habíamos podido dilucidar a través de Internet y sobre dónde podíamos adquirir vinos de cierta bodega de Sanlúcar sin salir de Jerez. No obstante, y aunque el infierno está lleno de buenas intenciones, se esforzaron, así que tienen un gallifante.

En resumen, nuestra estancia transcurrió apaciblemente, aparte de los pequeños avatares aquí relatados, y se nos hizo, para qué contar, cortísima. Un lugar recomendable si a uno le interesa un hotel de tres a cuatro estrellas con precio de tres y el plus de estar obligado a aparentar cinco. Eso es, en nuestro caso, nada menos que la perfección. Para otros puede ser un tipo de purgatorio. Ergo, a cada uno, según sus necesidades.

Con pocos secretos, como de aquí en adelante, se despide haciendo reverencias con su cara de inocencia,

luis r,
huésped oficial de la hostería más hospitalaria de Postre o café.










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