lunes, 5 de marzo de 2012

Rancho indio en el Mumtaz Mahal




Mumtaz Mahal. Carretera Cártama-Coín. Coín, Málaga. 952455599


El pasado sábado 3 de marzo de 2012 nos disponíamos a pedir la cuenta en el restaurante indio Mumtaz Mahal (podéis disfrutar de su inquietante web aquí) cuando el camarero, sin darse cuenta, mentó a la bicha recitando las palabras mágicas: "¿Desean postre o café?" Seguro que queréis leer la historia completa.

La sensación que uno tiene cuando recorre la carretera de Cártama a Coín, en la provincia de Málaga, es un tanto irreal. Es una zona muy húmeda por encontrarse en la cuenca del Guadalhorce, y no es raro encontrarse engullido por una bruma no muy espesa, que a veces se transforma en niebla. El paisaje es verde, con casas bajas y campos de cultivo y, aunque se nota la influencia mediterránea, si unimos lo anterior a la profusión extrema de súbditos de la reina Isabel II, puede uno albergar la ilusión de estar conduciendo por Surrey, por supuesto, por el carril equivocado.

Al final de esta carretera, ya casi en Coín, en una rotonda llena de llamativos comederos, lejos de la vista del gourmet más avezado, se encuentra este rinconcito del sabor, raro monumento al yantar bien temperado.

La comida india, tan omnipresente como los mismos indios en el marchoso Londres, tiene algo que nos gusta, aunque no sabemos mucho de ella. La experiencia más cercana fue una visita a un restaurante paquistaní en Brick Lane, que no provocó bajas, pero sí alguna lágrima sobre las guindillas verdes de su delicioso curry. Así, el Mumtaz Mahal, cuya lengua vehicular es el inglés (tened en cuenta que nos encontramos cerca de Elmbridge, Inglaterra), es nuestro primer alunizaje en la India gastronómica, aparte del curry que preparamos en casa gracias a Google, a Cocina conmigo o al glorioso curry instantáneo japonés.

Así pues, vamos a la parte carnosa del muslo, o de la pechuga.

Todo indio debería ser como un chino

Mumtaz Mahal es la princesa persa que volvió loco a un emperador mogol llamado Sha Jahan. Este señor, al enviudar, dedicó su vida a la construcción de la tumba de Mumtaz, el Taj Mahal. En este restaurante no falta una lámina del conocido monumento, pero los biombos rojos, las sillas tapizadas en rojo y los quinqués verdes dan al local un acogedor aspecto que mezcla Gran golpe en la pequeña China con Pesadilla en Elm Street. No es pequeño, pero tampoco inmenso. Habrá unas doce mesas para cuatro. La cocina no está a la vista, pero tampoco se esconde demasiado, y hay una barra que no parece tener otro uso que de mesa auxiliar para los camareros.

Marion Cobretti.
Si el Taj Mahal, Dios no lo quiera, desaparece de la faz de la Tierra junto con todas sus fotos, como en una de esas purgas del camarada Stalin, el Mumtaz de Coín podría pasar por un restaurante chino de los de toda la vida, o por el convite de boda del conde Drácula.

La cerveza mágica

Si sirves cocina internacional y no tienes una cerveza de importación de cerca de tres euros la media (33cl.), es que eres un pardillo de primer orden. Si la pides, eres el rey de los pardillos. Nosotros, por supuesto, pedimos un par de cervezas Cobra, auténticas, de las de las montañas de lo que viene siendo la misma India, un poco dulzona para ser cerveza, un poco caliente (la cerveza embotellada, mejor en casa) para ser potable, antes de pasarnos a la San Miguel de grifo, que al menos estaba fría.

Acompáñeme, hijo número uno.
Camarero número uno, etc.

La Cobra nos la coló el camarero número uno, un hombre alto que dio el salto al español no sin cierta torpeza tras los saludos de rigor en la lengua franca del universo. Nos tendió la carta y la cuenta.

Para todo lo demás, tuvimos que tratar con el camarero número dos, un tipo siniestro que arrastra un hondo penar, posiblemente provocado por uno de nosotros, que agiliscoso esquivaba las preguntas como si fueran estrellas ninja. Tras preguntarle sobre la naturaleza de los platos balti, aparte del mantra "con cebolla frita, jengibre, ajo y cilantro fresco", tomamos la decisión de utilizar la Fuerza y apuntar a ciegas a cualquier sitio de la carta, que algo llegaría a la mesa. El contenido de la conversación con el camarero número dos no se revelará sino por lo que ocurrió a continuación.

Tortas con mimo

Acto seguido, Número Dos llegó con una panera sobre la que había tres tortas finas y crujientes del tamaño de un plato, y una salsera giratoria con tres recipientes. Ni corto ni perezoso, se dirigió a la parte femenina de la expedición, partió dos triángulos de una de las tortas, los puso en su plato y vertió una combinación de salsas en cada uno de ellos, para luego animarle a comer con un gesto y una orden concisa ("¡Come!"). Este ritual se repitió hasta tres veces sin media sonrisa. Cuando parecía que llegaba el turno de la otra mitad de la comitiva, que esperaba con el rabo entre las piernas, dejó claro que lo anterior no se practica entre hombres. Tras el rocambolesco choque cultural, nos dispusimos a seguir el camino de baldosas amarillas marcado por el camarero número dos. Las tortas tenían la textura y casi el sabor de las patatas deshidratadas, y las salsas merecen un punto y aparte.

Menta, chutney, verduras en vinagre y torta patatera de la India.

La primera era un chutney de mango, o eso sospechamos. No estaba muy mal, aunque parecía cansado por la edad. La segunda era una salsa de menta a base de un producto lácteo indeterminado y de demasiada hierbabuena. La tercera era un mejunje de verduras encurtidas, un tanto desnaturalizadas. Mientras devorábamos (había hambre) las tortas, cayó la cerveza Cobra, directa, de la India al estómago.

Gambas en Egipto

Gambas rebozadas durante el Imperio mogol.


Conseguimos que el camarero número dos nos aconsejara unas gambas rebozadas con especias y harina de garbanzos. El rebozado era correoso, porque, suponemos, fue realizado en tiempos de Tutankamon, y en el interior estaban las típicas gambas peladas que puedes encontrar en la sección de congelados de tu supermercado de confianza.

Que venga el pan

Al fin llegó el celebérrimo pan indio, pan de sabores. Se trata de pan de pita con sorpresa, en nuestro caso queso de lonchas, que, junto con una buena caña, nos acompañó hasta el final de nuestra estancia en el templo maldito. A su favor podemos decir que estaba caliente.

Arroz basmati asesinado y pan con sorpresa.

Arroz Stewart

Con el arroz no se juega, eso sí que no. Tenemos un respeto tan profundo como la ciudad submarina de R'lyeh por este cereal. En este caso las víctimas fueron unos siete mil quinientos granos de arroz basmati, aderezados con cebolla y zanahoria, insípidos, secos y extenuados. Se podría haber evitado el genocidio con un poco de sal y unas gotas de aceite vegetal, quizá con pimienta o alguna especia del subcontinente, pero el misterioso cocinero no quiso ser un héroe.

La parte carnosa del muslo

Los platos elegidos fueron, a falta de una descripción fiable del llamado balti, el mughlai de pollo y el kadai de ternera.

Mughlai mogol.
El mughlai es pollo al estilo mogol, igual de mogol que el emperador Sha Jahan, pero con almendras (que en la versión española de la carta se transforman en anacardos), nata y huevo. Es un plato suave de pechuga de pollo. La pechuga es lo que sueles encontrar en el típico pollo con almendras del restaurante chino de la esquina. En cuanto a la salsa, es dulzona y puede ser que lleve algún tipo de fruta. La semana pasada preparamos curry de plátano y el sabor era, digamos, muy similar.

Kadai fuegote.
En la carta, los platos picantes están marcadas con guindillas, de una a cinco según la agresividad. Mientras que el mughlai no lleva ninguna, el kadai está en el primer grado de la calificación del Mumtaz. Se trata de una cazuelita, como un pequeño wok (más bien una minipaellera) lleno de una salsa de textura afín al plato anterior, pero con un punto de guindilla. En cuanto a la carne, queríamos cordero, pero el camarero nos dijo que era mejor la de ternera. Tendremos que aprender más cosas sobre vacas sagradas. En cuanto a la calidad de la res, carne de estofado, cómo no, en un estofado.

After hours

Parte de bajas.
La comida comenzó a las diez y media, y acabó a las doce y siete minutos. El final se hizo un poco cuesta arriba y no fue tan fácil acabar con la vaca y el pollo. Tras la pregunta mencionada al inicio de esta entrada, pedimos la cuenta, que resultó de unos treinta y ocho euros, por dos platos de carne, uno de arroz, pan con queso y las peculiares gambas rebozadas, amén de cuatro cervezas. Precio justo, por cierto, casi calcado de la nota del aclamado Rocío tapas y sushi. Nos despedimos del camarero número uno y del camarero número dos, y cruzamos nuestra peculiar campiña inglesa, por supuesto, deseando escribir sobre lo ocurrido.


El Mumtaz Mahal de Coín es justo lo que parece: un restaurante indio con un estilo muy chino, lleno de ingleses que desean sentirse como en casa, claro, en lo gastronómico. Nos lo recomendó un amigo, al que no dudaremos en mandar a la legendaria Parra vieja en cuanto se presente la oportunidad.

Desde la rural redacción de Postre o café, no por rural menos cómoda, a salvo del siniestro influjo del camarero número dos, nos despedimos al estilo de la Iniciativa Dharma. Namaste.


luis r,
indio decepcionado por la mismísima Mumtaz Mahal de Postre o café.